viernes, 18 de abril de 2025

La Batalla de Salé y la conquista de Jerez (1260-1261)

A finales de la década de 1250, con el objetivo de desarrollar y ampliar la base naval proyectada en Cádiz, Alfonso X eligió al-Qanāṭir (actual El Puerto de Santa María), en la jurisdicción de Jerez y a poca distancia de la misma, para asentar al contingente humano que debía abastecer y apoyar a la flota castellana. Este enclave poseía un pequeño puerto abierto al mar, en la orilla derecha del río Guadalete, y se situaba justo enfrente de Cádiz, donde las naves cristianas fondeaban desde 1257. 


A este respecto, Ibn ʽIḏārī nos relata cómo en el mes de ḏū l-qaʽda de 658 (=8 de octubre-6 de noviembre de 1260), cien jinetes cristianos llegaron a las inmediaciones de Jerez con la orden de expulsar a los musulmanes de al-Qanāṭir. Según leemos en la "cantiga 328", Alfonso X debió de ocupar la plaza sin contar con la aprobación del señor de Jerez, a quien pertenecía el lugar. Sin embargo, a pesar de las protestas de Ibn Abī Jālid, que poseía grandes propiedades allí, y que temía sufrir un castigo severo por parte de las tropas alfonsinas, se resignó a perder al-Qanāṭir, llamada Santa María del Puerto por los castellanos, en contra de su voluntad. 

Mientras esto sucedía, las naves de Alfonso X regresaban de Salé, en la costa atlántica de Marruecos, adonde habían partido desde la bahía gaditana en la víspera de la fiesta de ʽīd al-fiṭr del año 658 (= principios de septiembre de 1260), al mando de Juan García de Villamayor y Pedro Martínez de Fe. Según Ibn ʽIḏārī, Yaʽqūb b. ʽAbd Allāh, sobrino del sultán meriní Abū Yūsuf Yaʽqūb Ibn ʽAbd al-aqq, había solicitado ayuda a Castilla para lograr independizarse de su tío, quien acababa de conquistar Rabat a los almohades. Desde 1250, Salé era un centro estratégico y comercial muy importante, puerta principal de la costa de la región norte de Marruecos, adonde llegaba la influencia de los benimerines. Alfonso X debió de considerar que ésta era la oportunidad esperada para extender sus dominios al norte de África y, lejos de ayudar a sus pobladores, arrasó la ciudad con la idea de conquistarla. Treinta y siete barcos de guerra enviados por el rey castellano se situaron frente a la costa de Salé, aún no fortificada por entonces, lo que aprovecharon los soldados castellanos para caer por sorpresa sobre la población, que se hallaba celebrando los festejos de ruptura del ayuno, y cometer la mayor masacre de la historia de esa ciudad. 

Mezquita mayor y Madrasa en la medina de Salé

Yaʽqūb, sorprendido por la traición cristiana, pidió finalmente socorro a su tío Abū Yūsuf para recuperar Salé, que se mantuvo durante dos semanas en manos de los castellanos. El sultán ordenó entonces la ejecución de los soldados españoles que no lograron escapar y regresar a la flota tras apurar el saqueo de casas y tiendas e incendiar la ciudad. Nada más liberada, Abū Yūsuf decidió fortificarla construyendo una muralla al suroeste, frente a Rabat y el río Bu Regreg. Un año después, en 1261, se construyó en el lado que da al mar una enorme fortificación y prisión llamada "Torre de las Lágrimas", en recuerdo de la triste matanza. 

Fortaleza y prisión de "Las lágrimas" en Salé

La flota castellana volvía derrotada a Cádiz y Santa María del Puerto a principios de octubre, pero traía consigo un cuantioso botín y numerosos cautivos, muchos de los cuales fueron liberados por musulmanes de Jerez y otras poblaciones cercanas. La expedición había fracasado, pero la maniobra demostró a Alfonso X su capacidad para llevar a cabo una rápida acción naval a cierta distancia de sus costas, lo que le animó a continuar con la campaña africana.

Sin embargo, aunque las Cortes de Sevilla de finales de 1260 y comienzos de 1261 se convocaron para tratar el fecho de África "que aviemos començado", la aportación económica conseguida en las mismas se invirtió en objetivos más concretos y cercanos. La Crónica de Alfonso X afirma, de este modo, que el rey, "faziendo mal e danno a los moros, pensó que era bien de conquerir la tierra que tenían, sennaladamente lo que era çerca de aquella çibdat de Seuilla. Et porque esta çibdat tenía muy çercanos al rey de Niebla e del Algarbe que dezían Aben Mafot e otro moro que era sennor de Xerez, que dezían Aben Abit, ouo su consejo a quál destas conquistas yría, [et falló que era mejor de yr] primeramente a conquerir la villa de Xerez. Et sacó sus huestes e fuéla çercar et tóuola çercada vn mes". Es probable que el rey y sus propios consejeros llegaran a la conclusión de que el control de Jerez era fundamental para asegurar el desarrollo de Santa María del Puerto y Cádiz, y que una vez conseguido este objetivo, podría atacarse Niebla.

Efectivamente, el 12 de octubre de 1261 sus tropas tomaron el alcázar jerezano, incumpliendo las capitulaciones que su padre y él mismo habían acordado tiempo atrás con los musulmanes, y privando a la ciudad de la escasa soberanía que le quedaba. La crónica del rey Sabio detalla cómo los habitantes de Jerez, por desuiar que los de la hueste del rey don Alfonso non les talasen los oliuares nin las huertas, cuydando de fyncar en la villa en sus heredades […] et otrosy porque eran despagados del sennor que tenían, ante quel rey don Alfonso mandase armar las gentes nin les fiziesen danno en las heredades nin en las otras cosas, enbiáronle decir que toviese por bien de los dexar en sus casas e con todas sus heredades, et que le entregarían la villa et le darían de cada año el tributo que daban a su señor. E el Rey, veyendo que la conquista desta villa podría durar luengo tiempo, e demás que era la villa tan grande que non podría aver cristianos que gela poblasen luego, ca la cibdad de Sevilla non era aún bien poblada, tóvolo por bien e otorgógelo.

Después de que los moros de la villa vieron este otorgamiento, dijeron al moro señor de la villa, que estaba en el alcázar, que se aviniese con el rey don Alfonso o que se pusiese en salvo e que le dejase el alcázar. E por esta razón aquel Aben Abit [Ibn Abī Jālid] moro ovo avenencia con el rey don Alfonso que le dejase salir a salvo con todo lo suyo, e entrególe el alcázar. E el Rey, después que ovo el alcázar en su poder, basteciólo de viandas e de armas, e entrególo a don Nuño de Lara que lo toviese por él, e él dejólo a un caballero que decían Garci Gómez Carrillo, e el Rey dejó todos los moros en la villa en sus casas e en todas sus heredades, cumpliéndose de este modo, como señala Ibn ʽIḏārī, el decreto de Dios con los jerezanos, al entrar los cristianos en su alcazaba, por acuerdo con ellos, de modo que se estableciesen e instalasen en ella.

Alcazaba de Jerez

Era el fin de la taifa de Jerez, cuyo reyezuelo, Abū ʽAmr Ibn Abī Jālid, abandonaba sus posesiones para trasladarse con los suyos a Marraquech, información que conocemos gracias a Ibn Marzūq y su relación de los hechos memorables del sultán meriní Abū l-Ḥasan (1331-1351), en la que se recoge una anécdota protagonizada por Abū ʽAbd Allāh Ibn Abī Jālid, apodado al-Sulayṭān ("el sultancito"), persona de buena posición, pues su abuelo había sido señor (ṣāḥib) de Jerez, de donde emigró cuando la ocuparon los cristianos, afincándose con sus descendientes en Marrākuš. No fue el único habitante de la ciudad que salió de Jerez. Valga como ejemplo el ulema Abū Bakr Ibn al-Fajjār al-Arkušī, quien se había establecido en la ciudad hacia 1250-1251, y que partió también hacia el otro lado del Estrecho en este año de 1261, cuando los castellanos se instalaron en su alcazaba.

Mezquita de la alcazaba de Jerez


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Algunos de los textos han sido extraídos de: 

BORREGO SOTO, Miguel Ángel (2016): "La revuelta mudejar (1264-7). Tres años de guerra entre Castilla y Granada", revista Alhadra, n.º 2, pp. 153-200.

viernes, 11 de abril de 2025

Aclaraciones sobre el lugar de la Batalla del Guadalete en las fuentes árabes y latinas

1. Obras históricas

La hipótesis más reciente acerca del lugar del encuentro entre los ejércitos de Tāriq y Rodrigo se fundamenta, sobre todo, en el pasaje de la anónima Crónica mozárabe de 754 que afirma cómo el rey Rodrigo, tras “congregar un gran número de fuerzas militares para luchar contra los árabes y contra los moros enviados por Muza, es decir, por Taric Abuzara el Conquistador, y otros […] se puso en marcha hacia las montañas transductinas (transductinis promonturiis) con la intención firme de luchar contra ellos. Sin embargo, encontró la muerte allí mismo, durante la batalla, en medio de la espantada general de todo el ejército godo”. Si bien la referencia a esos transductinis promonturiis indica que las huestes de Rodrigo partieron hacia el sur, en dirección a los montes que rodean Algeciras, la Iulia Tra(ns)ducta de época visigoda, o a los promontorios cercanos a ésta, uno de ellos el peñón de Gibraltar, nada en el texto resulta lo suficientemente categórico como para asegurar que la refriega tuviera lugar en algún punto específico de ese entorno.

Las fuentes árabes son más precisas en este aspecto, a pesar de que la investigación reciente rechace su contribución a los hechos argumentando que las primeras que se refieren a ellos se redactaron un siglo después de los mismos y, además, no son andalusíes; sin embargo, lo cierto es que todas parten de obras anteriores y contemporáneas a los acontecimientos, como vemos en los Futūḥ del historiador egipcio Ibn ‘Abd al-Ḥakam, texto escrito alrededor del año 860 a partir de recopilaciones, hoy perdidas, de los siglos VIII y IX. Esta obra es la primera y más importante sobre la conquista musulmana del norte de África e Hispania. En ella se recoge un relato similar al de la Crónica mozárabe de 754, que narra cómo Rodrigo fue “en busca de Tāriq, que estaba en el monte (Gibraltar), y cuando estuvo cerca, salió Tāriq a su encuentro”. Ese lugar próximo dice Ibn ‘Abd al-Ḥakam que se llamaba Šiḏūna (Sidonia), y que estaba junto a un río “que hoy se llama Umm Ḥakīm, a donde llegó Rodrigo desde Toledo. Ese último topónimo no es sino una más que probable confusión del autor con el de la isla homónima en la bahía de Algeciras.

Conviene aclarar que Šiḏūna era el nombre de la ciudad con que también era conocida la cora en la que se asentó parte del ŷund sirio de Palestina a mediados del siglo VIII, y que abarcaba el centro y norte de la actual provincia de Cádiz, desde el río Barbate, que la separaba de la de Algeciras por el sur, hasta la línea que, desde Lebrija hacia Šillibār (Geribel, Montellano), por el norte, la dividía de las coras de Morón, Sevilla y Niebla, actuando como fronteras naturales a este y oeste, respectivamente, la serranía de Ronda, donde comenzaba la cora de Takurunna, y el océano Atlántico. Según algunos autores, en el momento de la conquista de Hispania toda esta región, junto a la de la posterior cora de Algeciras, era conocida como rīf Šiḏūna o Šiḏūna, antes de su división, lo que llevaría a diversos cronistas y geógrafos a la imprecisa localización de muchos topónimos en una u otra región, como parece deducirse de algunas de las narraciones sobre la batalla.

Con todo, a partir del siglo X, la mayoría de autores y obras, partiendo de Ibn al-Qūṭiyya y de Aḥmad al-Rāzī, coinciden en la ubicación de la batalla a orillas del río (wādī o nahr) Lakka, en el distrito de Šiḏūna. Si bien la excepción la marcan los Ajbār maŷmū‘a, del siglo XI, que afirman que el encuentro entre Rodrigo y Tāriq tuvo lugar en un lugar de Algeciras llamado al-Buḥayra[7], e Ibn Ḥayyān, que dice que fue en el wādī Lakka, también de la tierra de Algeciras, la anónima Fatḥ al-Andalus, redactada entre los siglos XI y XII, detalla cómo “el rey Luḏrīq (Rodrigo) […], tras movilizar a la gente de su reino, salió hacia la zona de Algeciras […] y de este modo llegó a acampar ante el wādī Lakka, en la cora de Sidonia […]. Los musulmanes se pusieron en marcha con su ejército e hicieron alto cerca del de Luḏrīq, a orillas del wādī Lakka”. La contienda se prolongó siete días, según esta misma crónica, hasta que “Dios dio la victoria a los musulmanes […], mientras que Luḏrīq huyó a un lugar al que llaman al-Sawānī […]”. Este último nombre aparece también en el relato de Ibn al-Šabbāt (s. XIII), que afirma que Rodrigo, al tener noticia del desembarco de Tāriq en al-Andalus, “reunió a las gentes de su reino, y partió del alcázar de Córdoba hacia la región de Algeciras […]”, avanzando con su hueste “hasta descender al wādī Lakka, en la cora de Šiḏūna […]”. Tras la batalla, Rodrigo, “tratando de salvarse, escapó hacia un lugar llamado al-Sawāqī […]”.

Otras obras de entre los siglos XII-XIII, como Al-Kāmil fī l-Taʼrīj del oriental Ibn al-Atīr, la Ḥullat al-Siyārāʼ del valenciano Ibn al-Abbār, así como la geografía de al-Zuhrī, afirman igualmente que el choque entre los ejércitos de Rodrigo y Tāriq tuvo lugar en el río Lakka, en el territorio de Šiḏūna. Curiosamente, en su edición de la Ḥulla, Hussain Monés corrige la expresión nahr Lakka del manuscrito original por nahr Lakko, seguramente por la influyente corriente que, desde el XIX, identificaba Lakka con al-Buḥayra para llevar el escenario de la batalla a la laguna de La Janda, en la comarca del mismo nombre, junto a Vejer de la Frontera y Barbate.

Con todo, la obra De rebus Hispaniae del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247), recogerá, entre otras noticias de fuentes diversas, la tradición cronística árabe para señalar que el rey Rodrigo, “después de reunir a todos los godos salió al paso de los árabes y se apresuró con valentía a detenerlos. Y habiendo llegado al río que se llama Guadalete (Vedelac en la mayoría de manuscritos, Vadalac en otros), cerca de Asidona, que ahora es Jerez, el ejército africano acampó en la otra orilla”. Este texto será utilizado por la Primera Crónica General de Alfonso X, en la que leemos también que el rey Rodrigo “ayuntó todos los godos que con ell eran; et fue mucho atreuudamientre contra ellos, et fallólos en el río que dizen Guadalet, que es acerca de la cibdad de Assidonna, la que agora dizen Xerez. E los cristianos estauan aquend el río et los moros allende, pero algunos dizen que fue esta batalla en el campo de Sangonera, que es entre Murcia et Lorca”.

Las fuentes árabes redactadas durante el siglo XIV continuarán recogiendo esta información de la refriega entre cristianos y musulmanes junto al wādī Lakka del distrito de Šiḏūna, desde al-Nuwayrī hasta Ibn al-Jaṭīb e Ibn Jaldūn, quien la sitúa concretamente en el alfoz de Šarīš (Jerez de la Frontera). Ibn ῾Iḏārī y la anónima Ḏikr bilād al-Andalus omiten ese dato y hablan de un indeterminado wādī l-tīn en el que Rodrigo se ahogó tras escapar del enemigo. Por su parte, el historiador norteafricano al-Maqqarī (XVI-XVII) recoge en su Nafḥ al-ṭīb las versiones de autores diversos y así, a partir de ellas, afirma que el encuentro entre Rodrigo y Tāriq “fue en el wādī Lakka, de la cora de Sidonia” y, líneas más adelante, que “ambos ejércitos se enfrentaron en la laguna (al-buḥayra)”.

En definitiva, el lugar donde los ejércitos musulmán y visigodo se enfrentaron parece diáfano en la cronística árabe. Como acabamos de comprobar, la mayoría de obras lo emplazan en la cora (kūra o a῾māl) de Šiḏūna (Sidonia) junto al río (wādī o nahr) Lakka. Sólo los Futūḥ lo ubican en el wādī Umm Ḥakīm, también de la provincia de Šiḏūna, y los Ajbār en la al-buḥayra de al-Ŷazīrat al-Jaḍrā’ (Algeciras), misma demarcación en la que Ibn Ḥayyān localiza el wādī Lakka. Ibn Jaldūn, por su parte, sitúa la batalla en el “alfoz de Jerez (faḥṣ Šarīš), y otros autores como el anónimo del Ḏikr o Ibn ῾Iḏārī hacen morir a Rodrigo en un wādī l-ṭīn indeterminado, mientras que otros relacionan su desaparición con el lugar llamado al-Sawānī/al-Sawāqī. Según el Fatḥ e Ibn al-Šabbāṭ, la ofensiva sucedió en el wādī Lakka, de la tierra de Šiḏūna, en el camino de Rodrigo y sus huestes desde Toledo hacia el sur, concretamente a la región de Algeciras, afirmación similar a la de la Crónica mozárabe, que narra cómo Rodrigo fue al encuentro del enemigo musulmán “a los transductinis promonturiis”.

 

2. Obras geográficas

Conviene también hacer relación de algunas obras geográficas árabes en las que se mencionan y distinguen algunos de los topónimos que aparecen en el relato de la conquista y que se han confundido entre sí, con mayor o menor intención, para trasladar el escenario de los acontecimientos a la comarca de La Janda y la región de Algeciras. Ya hemos señalado que, en diversas ediciones y traducciones de algunas fuentes árabes, la lectura y transcripción de los nombres Lakka y wādī Lakka aparecen cambiados en Lakko y wādī Lakko para hacerlos equivalentes al latino lacus (“lago, laguna”) y al topónimo al-Buḥayra, ciudad o región de la cora de Algeciras, frontera con la de Šiḏūna, identificada con la antigua laguna de La Janda.

Esta al-Buḥayra, término que en árabe designa, efectivamente, a un lago o laguna, y que en castellano ha dado el arabismo “albufera”, la describe y localiza junto al río Barbāṭ (actual Barbate) el geógrafo al-‛Uḏrī (s. XI) de la siguiente manera:

“La ciudad de al-Buḥayra es un territorio agrícola y ganadero, de palmeras y de cría animal. El río Barbāṭ es el río que está en Šiḏūna. Los habitantes de Al-Ándalus se refugiaron en él durante algunos años de escasez, conocidos como los años del Barbāṭ, pues la gente se trasladó allí y se benefició de su fertilidad. El origen de este río proviene de la montaña conocida como Munt Šīt. Cuando el río Barbāṭ fluye con fuerza hacia al-Buḥayra, se hace difícil [...].”

Esta descripción, interrumpida en ese punto en el manuscrito original, aparece de un modo similar en al-Rāzī, quien señala que, en el término de Algeciras, se halla una “grand laguna (al-buḥayra), e es tierra de buena sementera e de muy buena criança. E yaze sobre el rrio de Barbate”. Otras obras redundan en lo mismo y, de este modo, leemos en el Ḏikr que en las cercanías de Algeciras se halla “al-Buḥayra […] tierra agrícola, ganadera y muy apropiada para la cría de abejas y animales”, análoga descripción a la que hace Ibn Gālib, que añade, además, que el linde de la cora de Algeciras lo marca el Barbate (Barbāṭ), que rodea a al-Buḥayra, región limítrofe con la jurisdicción de Sidonia. Aunque este río suele citarse como frontera entre las coras de Algeciras y Sidonia, al-Rāzī y otros autores como Yāqūt, lo sitúan en esta última. El enclave es mencionado también por Ibn al-Faraḍī en la biografía del alfaquí Abū Isḥāq Ibrāhīm b. Qays (m. 360=971-2) de la gente de Sidonia, del que nuestro autor dice que era habitante de al-Buḥayra, probablemente la ciudad que describe al-‛Uḏrī en la región del mismo nombre y cuya identificación presenta no pocas dificultades como veremos más adelante.

Por su parte, tanto la Nuzha como el Uns del ceutí al-Idrīsī (s. XII) recogen, en el camino de la costa entre Algeciras y Sevilla, los nombres de los ríos Barbāṭ y Bakka, este último fácilmente identificable con el Salado de Conil, entre esta población y la de la también llamada Bakka (Becca, ruinas próximas a los actuales Caños de Meca), al sur del estrecho de Sant Bāṭar (Sancti Petri, punta del Boquerón, San Fernando, junto a Chiclana). Además, en la vía terrestre que unía aquellas dos mismas ciudades, al-Idrīsī cita el lugar de Bakkat Qamarāt y, más al norte, el wādī Lakka, río a tan sólo cuatro millas de Šarīš (Jerez de la Frontera).

jueves, 3 de abril de 2025

Lakka, Gibalbín y el río Guadalete

1. El wādī Lakka

Las alusiones al río llamado wādī Lakka en las fuentes árabes, aparte de las que aparecen en las referidas a la conquista musulmana de Hispania, son muy precisas con su localización, a pesar del debate sobre la misma iniciado en el siglo XIX. Así, el Muqtabis de Ibn Ḥayyān (s. XI) refiere, por ejemplo, cómo en el año 282h. (=895), un ejército enviado por el emir ʽAbd Allāh marchó hacia el ḥiṣn de Amrīqa situado sobre el wādī Lakka, de Šiḏūna, para combatir a los rebeldes antes de acampar en Qalsāna, capital de la cora, y dirigirse desde allí a la ciudad de Šarīš (Jerez).

 

Río Guadalete a su paso por La Corta.

Fotografía: Manu García


El geógrafo al-Zuhrī (s. XII), además de narrar que el encuentro entre Tāriq y Rodrigo tuvo lugar en el wādī Lakka, señala que este río se halla al oriente de Cádiz, que tuvo un puente de treinta arcos “según cuentan los cristianos en sus crónicas”, y bajaba “de los montes de Tākurūna” para desembocar en el Océano, después de recorrer cuarenta parasangas, por una boca llamada Šant Bāṭar (Sancti Petri). Según Ibn Saʽīd (s. XIII), el wādī Lakk (sic) era un hermoso río que, a su paso por Šarīš, se hallaba lleno de huertas y paisajes deliciosos, y venía a ser un compendio del río de Sevilla. En otras obras como las de Yāqūṭ (s. XIII) o al-Ḥimyarī, comprobamos cómo la antigua capital de la cora de Šiḏūna, Qalsāna, se hallaba próxima a la confluencia de los ríos Lakka y Bīta/BūtaA partir de estas descripciones, la identificación del wādī Lakka con el río Guadalete, y del Bīta/Būta con su afluente más importante, conocido por los nombres de Guadalcacín y Majaceite, que vierte sus aguas, efectivamente, cerca de las ruinas de Qalsāna, en la hoy llamada Junta de los Ríos, término de Arcos de la Frontera (Cádiz), es obligada.


Algún texto de época meriní, como el Qirṭās de Ibn Abī Zarʽ, alude también al Guadalete en ese entorno cuando describe los asedios a los que el emir Abū Yūsuf sometía en el año 684 h. (=1285) a la ya cristiana Jerez, o cuando habla de las expediciones que el propio príncipe enviaba desde su campamento en las afueras de aquella hacia Carmona. En estas últimas, se describe cómo las tropas cruzaban en su camino un wādī Lakk que algunos investigadores han confundido con el Guadaíra, afluente del Guadalquivir que fluye por Morón de la Frontera, Alcalá de Guadaíra y Coria del Río, en la provincia de Sevilla, antes de desembocar en el Guadalquivir. La mención wādī Lakk que acabamos de leer parece indicar la manera en que el Guadalete era conocido en el siglo XIII. Ya en el De rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada aparecía como Vedelac o Vadalac y, de un modo semejante, en parte de la documentación de Alfonso X, alternando Guadalec y Guadaleque con Guadalet y Guadalete. Esta sucesión de -c y -t finales en las transcripciones romanzadas de este nombre se deben, según Menéndez Pidal, a que en la grafía antigua esas letras son muy parecidas y, por ello, el Vedelac/Vadalac de Jiménez de Rada habría sido mal interpretado y difundido como Guadalet por la Primera Crónica General. Para Elías Terés, quien recoge y corrige esta hipótesis, Vedelac, Vadalac, Guadalec, Guadaleque y Guadalete, no son versiones del original wādī Lakka, sino del wādī Lakk que ya veíamos en Ibn Saʽīd, con posible pronunciación hispanoárabe wādī Lekk. Según el propio Terés, las formas con -c, o con -t finales de este hidrónimo son coetáneas, por lo cual posiblemente cabría ver una “variante combinatoria análoga” a la que se ha producido en otras voces árabes a partir de velar final, como en al-Qabdag > Capdaq > Caudec > Caudeque > Caudete, por ejemplo.


De este modo, la lectura detallada de las fuentes árabes nos hace rechazar, rotundamente, la filiación que desde el siglo XIX se viene haciendo del topónimo Lakka con al-Buḥayra (La Janda), y la de wādī Lakka con wādī Bakka o con Barbāṭ, el río Barbate. Todos aparecen perfectamente diferenciados en los textos históricos y geográficos, y su correcta adscripción ofrece pocas dudas. En el caso de la ciudad o región de al-Buḥayra, el único lugar del entorno con entidad suficiente para identificarse con ella sería la actual población de Vejer de la Frontera. Sin embargo, algunas fuentes árabes hablan indistintamente de al-Buḥayra y Bašīr (¿nombre derivado de la antigua Baesaro?); por ejemplo, el Qirṭās de Ibn Abī Zarʽ, donde encontramos los nombres de al-Buḥayra y Biḥīr (B.ŷ.r en uno de los manuscritos); y, sobre todo, el Tarṣī῾ de al-ʽUḏrī, quien diferencia claramente entre la fortaleza (ḥin) de Bašīr, en la cora de Šiḏūna, y la ciudad (madīnat) de al-Buḥayra, en la cora de Algeciras. Aparentemente, Bašīr y sus probables variantes Biḥīr y B.ŷ.r, se refieren a la actual Vejer de la Frontera, mientras que al-Buḥayra parece señalar a la gran laguna de La Janda, hoy desecada, pero conectada entonces con la albufera que aún hoy forma la desembocadura del río Barbate, junto a la localidad homónima. En una de sus orillas encontramos el topónimo Bujar, nombre del cerro opuesto al Puerto de las Albuferas de la población de Barbate, toda una región que habría que identificar con “las Albuheras” de la Crónica de Sancho IV. Hay que insistir en este punto en que el río Barbate (Barbāṭ) se menciona siempre por su nombre en los textos, de ahí que resulte sospechosa la confusión de algunos investigadores entre éste y el wādī Lakka.

En cuanto a este último y el wādī Bakka (Salado de Conil), también aparecen perfectamente diferenciados en las fuentes árabes. Sobre el wādī Lakka ya nos hemos extendido lo suficiente, pero del segundo debemos aclarar que tomaba su nombre de la población de Bakka, hoy Torre de Meca, ruinas sobre los actuales Caños de Meca, citada por al-Idrīsī en la comarca de al-Buḥayra, y por Ibn al-ʽArabī como un enclave costero que poseía una mezquita ruinosa donde se detuvo a orar y tuvo un encuentro con el mismísimo al-Jadir antes de su marcha al ribāṭ de Rota. En el año 1273, el lugar es mencionado como “Cabo Beta” por el hermano Mauricio y don Andrés Nicolás en el fragmento de su itinerario por la costa atlántica y mediterránea, que afirma que allí daba comienzo la tierra que los antiguos llamaban Bética y los modernos Frontarea. Los importantes restos arqueológicos de época andalusí de este enclave fueron estudiados hace algunas décadas por Juan Abellán y Francisco Cavilla.

2. Lakka y las ruinas de Gibalbín (Jerez de la Frontera)

Dice al-Ḥimyarī: 

Lakka es una ciudad en Al-Ándalus, de la cora de Šiḏūna, antigua, construida por el césar Uktabyān (César Augusto, 63 a. C.-14 d. C.), y cuyos restos aún subsisten, con una de las mejores fuentes termales de Al-Ándalus. Junto al río de esta Lakka, se enfrentaron Rodrigo, rey de Al-Ándalus, con su ejército de no árabes, y Tāriq b. Ziyād, con el suyo de musulmanes, el domingo 28 de ramadán del año 92 de la hégira. La batalla entre ellos se prolongó hasta el domingo siguiente, cinco de šawwāl. Dios derrotó entonces a los paganos, de los que muchísimos fueron muertos, permaneciendo sus huesos en aquella tierra durante mucho tiempo. Los musulmanes se apoderaron de lo más valioso de su ejército, y reconocían a los nobles y reyes extranjeros por los anillos de oro que encontraban en sus dedos, a los de rango inferior por los de plata, y a sus siervos por los de bronce.

Algunos autores localizan las ruinas de esta Lakka en el entorno de Qalsāna, por la presencia allí de restos de origen romano, la cercanía de un manantial de aguas sulfurosas y, también, por la proximidad del río Guadalete, el wādī Lakka, en cuyas orillas se atestiguan vestigios de alfares romanos que pudieron fabricar las mencionadas ánforas Dressel 20 que aparecieron en el monte Testaccio de Roma rotuladas con la inscripción Lacc/Lacca. Acerca de la producción de estas cerámicas fuera de los talleres del Guadalquivir y el Genil, en el triángulo formado por las capitales de tres conventus de la Bética: HispalisCorduba Astigi, no hay unanimidad en la investigación más reciente. Por un lado, están los autores que defienden que estos cacharros con los epígrafes Lacc/Lacca sólo pueden proceder de statios vinculadas a las ciudades citadas; y por otro, quienes aseveran que las Dressel 20 no eran exclusivas de esas zonas, sino que se extendían a las áreas de expedición de aceite de las cabeceras del Guadalete-Majaceite y del Guadalhorce (controles fiscales de Ad Portum, Lacca y Malaka), localizando a Lacca en el conventus gaditanus, y sus ruinas junto a la Qalsāna andalusí, a orillas del Guadalete, como propone Chic García.

Sin embargo, las fuentes árabes no hablan de vestigios de época romana en Qalsāna o sus alrededores, y los que hay, no parecen evidencias de una ciudad con las características que menciona al-Ḥimyarī en su descripción de Lakka, lugar sobre el que, además, en ningún momento se afirma que estuviera contiguo a Qalsāna. De hecho, tampoco en las descripciones de esta última se señala que se encontrara junto a la antigua Lakka o que ésta fuera su antecesora. En cuanto a Gigonza, debemos descartar también que en este enclave se hallara Lakka, como quería Francisco Javier Simonet, pues el geógrafo al-ʽUḏrī nombra a Šagunša en el camino que unía Qalsāna con Algeciras.

A unos veinte kilómetros al norte de la actual Jerez de la Frontera, y dentro de su término municipal, se alza la sierra de Gibalbín, una estribación montañosa de algo más de cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, que alberga un yacimiento arqueológico, aún por excavar, con importantes restos de una urbe romana de época imperial de gran envergadura y nombre desconocido. Desde antiguo, el sitio, enclavado en una elevación de 341 m, llamó la atención de propios y extraños, y pronto los eruditos jerezanos lo incluyeron en las descripciones del territorio circundante de su ciudad. Así, leemos en Juan de Espínola, poeta e historiador del siglo XVII, que 

quatro leguas de Xerez á la parte del Settentrión está un eminente sitio […] hoy Gibralbin […] cuyas grandiosas ruynas aun oy descubren en muros, baños y anfiteatros algo de lo mucho que fue […].

En esa misma centuria, Esteban Rallón afirmaba también que

por los años de 1615 y los siguientes, hubo noticias participadas de África que en este sitio había un gran tesoro; y con su codicia se comenzó a cavar en él; y fueron tantas y tan extraordinarias las piedras, adobes, ladrillos y rejas antiguas que se sacaron, los cimientos, paredes y bóvedas que se descubrieron, que califican haber sido ruinas de edificios insignes y de población principalísima […].

La Crónica del moro Rasis (s. X) ya nos habla de que en la demarcación de Xerez Sadunia había un monte

que a nombre Montebur (Montebir en la versión de la Crónica de 1344); et yaze este monte sobre Saduña (o Saduna/Suduña, y Xudula en la Crónica de 1344) et sobre Terretarne (Tereçune en la Crónica de 1344); et este monte ha fuentes que echan muchas aguas et a y muchos buenos prados et mui buenos. Et dende nasce un rio que llaman Let (Les/Lea en alguna copia); et yazen en él mui buenos molinos […] e en la su majada [de Saduña] yaze una villa a que llaman Santa. E en Santa aportaron vnas gentes a que los cristianos llaman erejes, e estos fizieron en España grant daño, mas en cabo todos y murieron.

En la versión de la Crónica de 1344, a esa ciudad de Santa se la denomina, curiosamente, Saca, lo que da que pensar si al-Rāzī no se está refiriendo realmente a nuestra Lakka, y que el copista castellano del siglo XV reprodujo mal su nombre al confundir la -l inicial del manuscrito original portugués del XIV con la -s llamada de bastón, cuyas formas se asemejan mucho. Además, el episodio parece aludir a la conquista de Hispania por los musulmanes (vnas gentes a que los cristianos llaman erejes) y, probablemente, a la batalla contra las tropas de Rodrigo, que allí en Saca (=¿Lakka?) fueron derrotadas (mas en cabo todos y murieron).

A partir de esta descripción, en 1741, el también jerezano Gerónimo de Estrada reflexionaba sobre las palabras de al-Rāzī afirmando que

Montebur es Montevir, ó Gibelvir”, y “Montebur no es […] sino Gibelvín, que hoy decimos, y coincide mucho con Gibelbur, que es en Razis su monte señalado; a lo que conduce otra lección […] y es Montebir que es Gibervir en el idioma árabe […]. Tengo otra confirmación de este discurso o conjetura (y es digna de atención) en esta misma versión toledana, que vio nuestro Roa, y consta en el lugar citado. Se dice que este Montebir (que como diximos es la misma voz que Gibelvir) yace sobre Xudula. Hoy vemos a las vertientes de Gibelvir a la parte del camino de Xerez a Arcos el pago de los Cortijos de Xédula mayor y menor.

Varios folios más adelante, este mismo autor repetirá lo dicho por sus paisanos años atrás, afirmando que

la hermosa altura que llamamos hoy sierra de Givelbir, y Razis Gibelvir o Gibelbur […], según Gamaza es su situación aquí proporcionada para el dominio y señorío de este país turdetano y como su corazón: los vestigios y ruinas que aquí se registran de gran ciudad, de muros, de portadas, baños, sepulcros y catacumbas dice Rallón (y en él Spínola) que visitó el lugar, que no lo dejarán de duda a quien lo registrare y apeare. El año de mil seiscientos quince con noticia de gran tesoro, rebolvió la codicia allí los senos de la tierra; y quanto se encontró fueron sólo los dichos vestigios, que voceaban ser sepulcro de ciudad principalísima. Como ciento y veinte años después (tan vividora en esta hambre de oro), poco después de 1730, se renovó este conato por algunos genios deseosos de ser ricos, a costa de poco trabajo, sin respeto a justificadas contrarias leyes, de los que vimos resultar de grave daño y escándalo.

En los años setenta del pasado siglo XX, una excursión arqueológica tomó nota de todo lo que, por entonces, aún seguía conservándose de aquellas ruinas. Se documentaron y plasmaron sobre plano restos de un edificio destinado a termas, parte del graderío de un teatro, un posible arco conmemorativo, estructuras que se corresponden con un templo, una gran cisterna o alberca de recreo, muros de edificios defensivos e, incluso, una necrópolis con ajuares de época hispano-visigoda (s. VII), y en lo alto de la sierra, una pequeña fortaleza con murallas y torres en tapial de origen andalusí. Como apuntan Rosalía González y Diego Ruiz Mata, a pesar de que se atestigua en el lugar la presencia de cerámica ibérica pintada y cerámica bruñida, “su momento de máximo esplendor debió de corresponder a época romana”. De ese período son las estructuras visibles descritas, así como las inscripciones de carácter funerario halladas a fines del siglo XIX, una cabeza en mármol blanco de mujer, o una escultura representando al dios Pan.



Restos de un edificio de época romana en el yacimiento de Gibalbín.
Fotografía: Agustín García Lázaro.


3. El Badalejo o Salado de Caulina

De Gibalbín nacen también arroyos y otros caudales de agua, siendo el más importante de ellos el Salado de Caulina, también denominado arroyo Badalejo o Albadalejo, el mayor afluente del Guadalete tras el Guadalcacín o Majaceite. Acerca de este arroyo, el mencionado Juan de Espínola afirma lo siguiente:

[…] dice el maestro [Pedro de] Medina que los moros llamaron á nuestro río Baladac, pero yo juzgo que no lo dieron sino al grande arroyo que entra en él cerca de Cartuja llebando las aguas de la famosa fuente del Baladejo”. 

Sobre este particular, también Gerónimo Estrada repetía, una centuria después, que 

el río que aquí nace es Baladexo y Salado llamado Badalac en que duran hoy los molinos que dize Razis. El riachuelo que nace en Gibelvir se dice Baladexo, que es en dialecto árabe Guadalexo, ó Guadaleque, oy suma como si dixéramos en diminutivo Guadaletejo”. 

Y más adelante hace hincapié en que de 

“Gibelvín nace el riachuelo, o salado, que cree un erudito que es Lec o Badalac de los árabes, y entra en Guadalete. El salado es Vadalejo o Guadalejo, es decir, chico Vadalec ó Guadalec”.

Hace apenas unos años, el investigador Alberto Cuadrado Román, en un artículo titulado “Los canales de Jerez”, aportaba un interesante plano del entorno de la ciudad de Jerez elaborado en el siglo XVIII por el citado erudito local Bartolomé Gutiérrez, en el que este arroyo Badalejo aparece con la leyenda: “Río y puentes del Badalac”. Según Cuadrado Román, “existe una evolución del topónimo Badalac a Badalejo, en la que la palabra Badalac tiene su origen en el árabe wādī y el vocablo “lac”, de la raíz latina lacus (lago)”. Para este autor, por tanto, Badalac era el wādī Lakka de las fuentes árabes, “el río del lago” que, según el propio Cuadrado, no era sino un antiguo estero que supuestamente unía el paleoestuario del Guadalete con un golfo marino que ocupaba en la antigüedad toda la zona de los llanos de Caulina. Este pequeño golfo, afirma este mismo investigador, se fue colmatando con el paso de los siglos para convertirse en una zona lacustre y pantanosa ya en época árabe, el wādī Lakk (sic).

Creemos con Alberto Cuadrado que, en efecto, el nombre de este arroyo Badalac se corresponde con el wādī Lakka que mencionan los relatos de la conquista islámica de Hispania y las fuentes geográficas árabes, pues conserva fosilizada su primitiva nomenclatura, o la del río principal en el que desemboca, el Guadalete. No obstante, y a diferencia de lo propuesto por Cuadrado Román, pensamos que este hidrónimo Badalac deriva directamente del nombre de la ciudad de Lakka, enclave que identificamos con los restos arqueológicos de la Sierra de Gibalbín, donde nace el Badalac del mapa de Bartolomé Gutiérrez, o Salado de Caulina, y en la que hasta hace apenas un siglo eran famosas sus aguas termales, como las que nombra al-Ḥimyarī, en torno a las cuales aún se aprecian las ruinas del balneario que frecuentaban los lugareños a finales del siglo XIX y principios del XX. Es cierto que, a pesar de que la descripción que este autor hace de Lakka se ajusta perfectamente a lo que vemos en Gibalbín, no existe aún una evidencia epigráfica o documental que nos permita afirmar, o rechazar, con rotundidad, la hipótesis de que esas ruinas se corresponden con aquélla.

La investigación de las últimas décadas se ha esforzado en darle nombre a la ciudad que se alzaba en aquel solar. Así, mientras Genaro Chic cree que fue Cappa, citada por Plinio entre las ciudades estipendiarias del Conventus Gaditanus, para Ramón Corzo, “la gran ciudad del cerro de Gibalbín pudo ser el enclave tartésico originario de Hasta, que cedería importancia en época romana al puerto comercial situado en los esteros”, y que cambiaría su nombre por el de Regina, también mencionada en la obra de Plinio dentro de la jurisdicción de Gades. Sin embargo, a raíz de los supuestos hallazgos en la zona de monedas del siglo I a. C. con la leyenda Ceri(t), algunos autores se inclinan por situar allí a la ciudad de ese nombre, topónimo del que podría derivarse el de la Šarīš andalusí y la posterior Xerez cristiana y actual Jerez. Del mismo modo, el descubrimiento de un fragmento de bronce con la inscripción MVN. \[...] llevó también a sostener que aquella urbe se corresponde con una de las dos Vrgia mencionadas por Plinio y otras fuentes griegas y latinas en el tramo de la vía Augusta entre Gades (Cádiz) e Hispalis (Sevilla). Ninguna de estas hipótesis es concluyente, y todo apunta a que las ruinas de Gibalbín pertenecen a la antigua ciudad de Lakka descrita por al-Ḥimyarī.

El nombre de esta urbe se debe, probablemente, bien a que se alzaba sobre los esteros de las amplias desembocaduras del Guadalete y del Guadalquivir, cuya apariencia en la Antigüedad era la de grandes lagos (Avieno, por ejemplo, llama Lacus Ligustinus a la enorme entrada en el mar del río Betis en su poema Ora Maritima); o bien a su directa relación con el agua. Ya nos hemos referido a la enorme cantidad de torrentes y arroyos que nacen de su entorno, y a los restos de enormes construcciones relacionadas con termas, albercas y cisternas que en ella se levantan. El topónimo Gibalbín, con el que se conoce secularmente al monte en el que Lakka se alzaba, proviene del árabe ŷabal al-bi’r, el “monte del pozo”, posible alusión a esas construcciones, o traducción directa del antiguo nombre de la preeminente ciudad, similar al del río sobre el que se alzaba, el wādī Lakka de los árabes, denominación que ha quedado directamente fosilizada en uno de sus principales afluentes, el Badalejo, que atraviesa los Llanos de Caulina al nordeste de Jerez, y en cuyas orillas pudo darse la famosa batalla entre Rodrigo y Tāriq del verano de 711. Cobra entonces mayor sentido nuestra hipótesis de localizar la ciudad de Šiḏūna en el yacimiento de Doña Blanca en la Sierra de San Cristóbal, pues cuentan las crónicas que los musulmanes la tomaron tras la victoria ante los cristianos, o inmediatamente después de la de Astiŷa/Astaŷa/Istiŷa, la primera en conquistarse en al-Andalus, afirman, topónimo este último referido a Écija, pero que en algunos textos parece aludir, realmente, a Asṭa, la antigua Hasta Regia, al oeste de Gibalbín y los Llanos de Caulina. Sobre esta posibilidad, López y López considera que en la biografía del ulema Tamīm Ibn ῾Alā’ b. ῾Āṣim al-Tamīmī (Ibn al-Faraḍī, Ta᾽rīj, I, p. 87, n.º 304), debe leerse que su lugar de procedencia era Asṭa, y no Astiŷa/Astaŷa/Istiŷa (Écija), confusión que también se produce en algunos textos entre aquélla y Estepa (Sevilla), como señala Borrego Soto (2017-2018).

   

Cauce del Arroyo del Salado de Caulina (Badalac, Badalejo) (T.M. de Jerez de la Fra.) desde su nacimiento (Gibalbín) hasta su desembocadura en el Guadalete con los yacimientos arqueológicos principales (Prehistoria Medieval), en Raquel Martínez Romero, 2021


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Textos extraídos de: BORREGO SOTO, M. Á. (2024), "Y habiendo llegado al río que se llama 'Vedelac'… Lakka y wadi Lakka: nueva hipótesis de ubicación", en Revista de Historia de Jerez, n.º 27, pp. 10-45.