Texto del artículo de BORREGO SOTO, M. Á. (2025): "Algunas reflexiones sobre la etapa fundacional del convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera (Cádiz)", Ceretanum, n.º 6, pp. 71-94.
¿Fue la primera capilla mayor del convento de Santo Domingo una qubba islámica ? ¿Existió un ribāṭ antes del claustro dominico? Este artículo cuestiona algunas de las teorías más repetidas últimamente sobre los orígenes de este emblemático edificio de Jerez. A partir del análisis de fuentes documentales, arqueológicas y del propio entorno urbano, se desmontan ciertos relatos heredados y se plantea una nueva mirada sobre cómo se ha construido —y contado— la historia de este espacio clave en la transición del Jerez andalusí al cristiano.
Arco de herradura. Claustro de Santo Domingo (Jerez)
1. La conquista
cristiana de Jerez y la fundación del convento de Santo Domingo
Tras el
estallido de la revuelta mudéjar en la primavera de 1264, que supuso la pérdida
de numerosas poblaciones recién conquistadas por los cristianos a los
musulmanes, sobre todo del occidente de al-Andalus, se inició una guerra entre
Castilla y Granada que se prolongó hasta la firma de la Paz de Abenzaide (Alcalá
la Real) entre Alfonso X y el emir Muḥammad I, en junio de 1267. Según este
acuerdo, que marcó el fin del conflicto, el monarca nazarí se comprometió a
ceder más de cien fortalezas y ciudades a Castilla, entre ellas Jerez, Medina
Sidonia, Vejer y otras localidades estratégicas de aquella zona, y a pagar un
tributo anual de 250 000 maravedíes al reino cristiano.
Alfonso X dirigió entonces su atención hacia
Jerez, población que, si bien ya había sido sometida por Castilla en 1261, fue
posteriormente recuperada para el islam en 1264 gracias al alzamiento de sus
habitantes con el apoyo de Granada y de los meriníes del norte de África. Poco
después de la firma del pacto, a partir de julio de 1267, comenzó un asedio que
duró varios meses debido a la fuerte resistencia del destacamento musulmán que
custodiaba la medina. Sin embargo, en octubre de ese mismo año, la ciudad
capituló bajo la condición de que se respetara la vida de los supervivientes y
se les permitiera su salida.
Una vez tomada, Jerez se repobló con cristianos y Alfonso X organizó su defensa
frente a nazaríes y meriníes, quienes seguían hostigando la región desde sus posiciones
cercanas al Estrecho, lo que explica la llegada, a partir de noviembre de ese
mismo 1267, de cuarenta hijosdalgo destinados a defender las puertas de la muralla,
y la concesión a los frailes dominicos y franciscanos de sendos terrenos
extramuros, justo enfrente de dos de las puertas principales de la cerca
jerezana, en los que edificaron sus respectivos monasterios, delimitando entre
ambos una amplia zona de huertas conocida como el “fonsar de los judíos”, al
estar situado allí el cementerio de la numerosa comunidad judía jerezana.
Si bien apenas han llegado datos concretos sobre
la construcción del primitivo cenobio de San Francisco -basados la mayoría de
ellos en tradiciones populares-,
del convento de Santo Domingo disponemos de la carta original de donación de
tierras por el rey Alfonso X, fechada en 13 de noviembre de 1267. El documento,
estudiado por el profesor Javier Jiménez López de Eguileta,
reza así:
“Sepan quantos esta carta uieren e oyeren, cuemo nos don Alfonso, por
la gracia de Dios, rey de Castiella, de Toledo, de León, de Ga-/llizia, de
Seuilla, de Córdoua, de Murcia, de Jahén e del Algarue, a seruicio de Dios e de
la Uirgen Sancta María, su madre, e por grand /3 sabor que auemos de fazer
onrra al bienauenturado Sancto Domingo, que fizo la Orden de los frayres
predicadores e que fue nuestro natural de Castiella, / damos e otorgamos a los
frayres predicadores de su orden, pora fazer su monasterio en Xerez, el campo e
la huerta con sus annoras / que es entre la puerta de Seuilla e la puerta de
Solúcar. E este logar ha por linderos, de las dos partes, las carreras que uan
de las puertas /6 sobredichas a Seuilla e, de la otra parte, la carrera que ua
a par del muro de la villa e, de la otra parte, el oliuar. E este logar
sobredicho les / damos e les otorgamos con sus entradas e con sus salidas e con
todas sus pertenencias quantas ha e deue auer que lo ayan todo libre e quito.
/E mandamos e deffendemos que ninguno non sea osado de ir contra esta carta pora
crebantarla nin pora minguarla en ninguna cosa, nin de en- /9 trarles en todo
su monasterio por fuerça. Ca qualquier que lo fiziesse auríe nuestra ira e
pecharnos ye en coto diez mille marauedís. E por que esto sea / firme e estable,
mandamos seellar esta carta con nuestro seello de plomo. Fecha la carta en
Xerez, por nuestro mandado, domingo, treze días /andados del mes de nouiembre,
en era de mille e trezientos e çinco annos. Iohan Pérez de Cibdat la fizo por
mandado de Millán Pérez / 12 de Aellón, en el anno sezeno que el rey don
Alfonso regnó.”
Además
de este otorgamiento, el Libro de Repartimiento de Jerez, redactado en
torno a esa misma fecha, añade la cesión a los frailes dominicos de la teja, la
piedra y la madera de dos casas que habían sido derribadas en la collación de
San Salvador para crear un solar destinado a cementerio de esa parroquia, materiales que probablemente fueron utilizados en la construcción del
convento y la iglesia de Santo Domingo:
“En linde vn solareio con dos pares de casas que an
por linderos, de la vna parte, casas de donna Johanna, et de la otra parte
casas de don Simón, et de la otra parte el arroyo, et de la otra la calle,
finca para çementerio de Sant Saluador. E mandó nuestro sennor el rey dar la
teia e la piedra e la madera a los frayres predicadores.”
2. La primitiva iglesia de Santo Domingo y la capilla de San Pedro Mártir
A pesar de la escueta pero valiosa información que
ambos documentos aportan, Juan de Espínola y Torres, en el manuscrito de su
obra histórica sobre Jerez, redactada hacia 1643, añade, sin fundamento
documental alguno, que Alfonso X fundó
“el
Real Convento de Santo Domingo extramuros de la ciudad, dándoles para defensa y
abrigo un castillo que estaba frontero de la puerta de Sevilla que hoy se ve a
un lado de la iglesia, y le llaman a su antigua fábrica la capilla de San Pedro
mártir […].”
Años
más tarde, el fraile jerónimo Esteban Rallón, basándose en lo dicho por
Espínola, recoge esta misma idea afirmando que es creencia popular en la ciudad
que
“en
el mismo sitio donde hoy está fundado el convento [de Santo Domingo], hubo una mezquitilla
u oratorio de los moros, con una huerta y algunas casas para sus alfaquíes. Y
es lo cierto que fue uno de los reductos que tenían los moros fuera de las
puertas de la ciudad para alojamiento de los alfaquíes que las guardaban, y
pudo ser lo uno y lo otro.”
A
partir de esta tradición, añade, sin aportar tampoco una prueba que la
confirme, que
“los
religiosos predicadores, después de haber tomado la posesión de aquel sitio
[…], comenzaron un edificio corto e hicieron su iglesia, que hoy se conserva,
valiéndose de la mezquita que está en forma de fortaleza con sus almenas para
capilla mayor, corriendo una iglesia pequeña que hoy es bodega y hace cara a la
plaza que llamamos el llano de San Sebastián […].”
Esa
primitiva y pequeña iglesia o fábrica, conocida como capilla de San Pedro
Mártir, según leemos en Espínola, recibía la misma denominación que la actual
nave del Rosario, pues ésta se levantó en el solar del altar dedicado al santo
veronés, ubicado en el muro del evangelio de la iglesia principal frente al de
la virgen de Consolación, para lo cual, afirma el mismo Rallón, se abrió
“un
grande arco del cual comienza otro pedazo de iglesia, hasta la que fue capilla
mayor y mezquita de moros, que hoy se llama capilla de San Pedro, y hoy es de
los Cabezas de Vaca, sucesores de Vasco Pérez Meira, de modo que hace otra
segunda iglesia, y tiene por capilla mayor la de Nuestra Señora de Consolación
[…].”
Una
centuria después, en su descripción sobre el convento de Santo Domingo, Francisco
de Mesa Xinete menciona el “castillo que hoy es capilla de San Pedro Mártir”(sic) confundiendo tal vez el texto de Esteban
Rallón, quien parece referirse con ese nombre no al “castillo o mezquita en
forma de fortaleza”, “mezquitilla” u “oratorio”, sino al “otro pedazo de
iglesia”, es decir, a la nave del Rosario. De hecho, Mesa Xinete no ubica o describe
ni vuelve a citar ese castillo o capilla cuando, más adelante, hace relación de
las naves y altares de la iglesia y el claustro de Santo Domingo.
Por su parte, el dominico Agustín Barbas, en su conocido manuscrito sobre la
historia del convento de Santo Domingo jerezano, redactado en ese mismo siglo, confirma
la idea de Rallón de que
“estuvo la primera iglesia en aquel sitio, que es en el día bodega. Y
para poder assegurar tal sentir, se han ofrecido vestigios sobrados a la vista,
porque por los años de 1756, siendo prior desta Real Casa el Muy Reverendo
Padre Predicador Fray Diego Marchena, fabricóse el almacén nuevo sobre la
bodega misma; y para examinar si estarían las paredes capaces de sostener la
tal obra, y los efectos para cuio fin se intentaba, encontráronse, o
decubriéronse, en la pared que cae a lo interior del convento y en su testera,
unos tres o quatro nichos y señales de que en tales sitios hubo altares. Assí
mismo, en la pared que está contigua a la calle, advirtióse una escalera
pequeña, como de púlpito. El techo era labrado, aunque ya desmejorado del
tiempo, pero con tan bella arte entretegido de menudas y primorossas piezas de
madera, como los de los antiguos templos. Y, por último, advirtiéronse en él
ciertos conductos como los que sirven de derrame a las cuerdas de campanas.”
Para
el padre Barbas, el fortuito hallazgo arqueológico no sólo era la prueba
evidente de que la bodega había sido el edificio de la primera iglesia, sino también
de que algunos de los nichos encontrados en sus paredes habían pertenecido a la
capilla de San Pedro Mártir que, en su opinión, es a la que Esteban Rallón se
refiere, y no a la nave del Rosario. Esta última, llamada igualmente de San
Pedro hasta, al menos, el siglo XVII, “no pudo ser la iglesia
primitiva de esta casa”, puesto que fue edificada dos siglos después de aquélla.
Por lo tanto, concluye Barbas,
“estuvo
ella [la antigua iglesia] y la capilla de San Pedro Mártir en el sitio que es
bodega oy. Assí pues debe conoscerse ya por los citados principios, ya por la
evidencia anterior, y ya porque entre los nichos que se dixo arriba, que fueron
descubiertos al examen de paredes para la erección del almacén, en uno se
leyeron los siguientes caracteres “dro Thelmo.”. De lo que juzgo assí: este
nicho fue la capilla que el maestro Rallón dice y llama de San Pedro Mártir […]
Y assí finalizo este capítulo: que el sitio de la bodega fue la primitiva
iglesia.”
Sobre
la nave del Rosario y la historia de su construcción, este mismo autor aclara
que, en efecto, tuvo en principio el nombre
“de
San Pedro por haver tenido, en el sitio en que está la capilla del Rosario,
altar este santo mártir, aunque es verdad que en el día es conoscida por la nave
del Rossario [...] Esta referida nave tiene su principio desde el arco que da
vista a la capilla de Consolación y termina en la puerta que mira al llano de
Santo Domingo. Tuvo su ser en que existe oy de dos diferentes fábricas o partes
de que se compone: la primera fue por los años de 1436; en estos años, abrióse
el arco dicho para dar más desahogo a la devoción pía de los fieles, pues no
sólo los desta noble ciudad, sí también los desta comarca, se presentaban en
peregrinación en esta iglesia para visitar y cumplir sus votos a la Santa
imagen de Consolación. Este arco, que para dar más lugar a la devoción en
desahogo de su piedad religiossa fue abierto, costeóse, como también la parte
desta nave referida, hasta la Capilla del Rosario que en el día es, y en aquel
tiempo lugar o sitio del altar de San Pedro Mártir, con las limosnas de los
fieles deste pueblo, con la mira de lucrar las gracias e indulgencias que, para
este mismo efecto como queda dicho, el noble Ayuntamiento desta devota ciudad
supplicó y obtuvo de la santídad de Eugenio IV. Hasta el sitio dicho corrió
esta nave en su formación primera, y en la que tuvo su entrada y puerta por
aquella parte, que en el día es capilla de San Pío V. Consta assí, ya por el
dicho de los que en el día viven, y también por los vestigios que en la espalda
de la pared y que da su frente al llano se registran, siendo ellos notas
ciertas de remate de portada. En esta situación y forma permaneció esta nave
desde los años de 1439 hasta los de 1525, que componen 89 años de cómputo. En
este tiempo y año de 25 celebróse la contrata referida entre la Hermandad del
Santísimo Rossario y este Real Convento, y quando le fue consignado el sitio
que en el día tiene la Capilla del Rosario sin haver tenido alguna otra
alteración por aquellos tiempos esta su primera parte.
Llegóse el fin del pasado siglo de 1600 en que, siendo prior del Convento el
Muy Reverendo Padre Maestro Fray Sebastián de Gatica, intentóse la fábrica de
la segunda parte desta nave y correrla hasta la puerta que oy tiene. En efecto,
el Padre Fray Álvaro Niño, hijo desta casa, y entonces su sacristán, tomó a su
cargo esta obra y, al desvelo de su piadossa solicitud y religioso zelo, con
limosnas que de los fieles diligenció, planteóla, siguióla y perfeccionóla
hasta su remate, que fue a fin de abril del año 1712, habiendo gastado más de
once mil ducados en esta obra.”
Efectivamente,
como hemos venido señalando, la nave del Rosario se construyó a partir de la
ampliación de una capilla preexistente dedicada a San Pedro Mártir situada en
el muro del evangelio de la iglesia principal, distinta de la homónima iglesia
primitiva de los dominicos. Su propósito era acoger a los numerosos fieles que
acudían a Santo Domingo para honrar a la Virgen de Consolación.
El
acceso lateral a la nave, todavía visible parcialmente, fue cegado en el siglo
XVIII cuando esta parte del templo se amplió y se remató con la monumental
portada que hoy da frente a la Alameda Cristina. Antes de esa reforma, la
capilla del Rosario quedaba justo en el rincón izquierdo al final de la nave, a
continuación del altar de San Pedro Mártir, que había sido trasladado allí tras
la demolición de su ubicación original para permitir la ampliación que dio
lugar a la nave del Rosario. Así se desprende de un documento de 1525,
rescatado por Hipólito Sancho de Sopranis, en el que se menciona la fundación
de la Cofradía del Rosario y el privilegio por el que se le otorgó un espacio
para su construcción.
Este historiador rechaza de plano las suposiciones de Rallón acerca de la
existencia de una mezquita usada como capilla mayor de la primitiva iglesia de
los dominicos, algo que tilda de dislates en sus trabajos sobre el convento de
Santo Domingo, en los que afirma, además, que la capilla de San Pedro Mártir existía
ya a inicios del XV adosada al muro del evangelio de la nave principal de la
iglesia y ocupaba parte del solar donde actualmente, y desde el siglo XVI, se
alzan las de los Cuenca y del Rosario.
De este mismo sentir
es fray José Cuenca Fuentes, quien asevera en su breve descripción del convento
e iglesia de Santo Domingo que la capilla de los Cuenca fue edificada sobre
el solar de la antigua capilla de San Pedro Mártir y enterramiento de los Neyras
(sic).
Por su parte, Rafael Jorge Racero propone también que, frente a la capilla de Consolación de la
nave principal de la iglesia de Santo Domingo, tuvo que haber otra dedicada a
San Pedro Mártir, análoga en proporciones a aquélla. Como prueba de este hecho,
aporta la imagen de una cornisa exterior situada a una altura inferior a la de
la nave del Rosario que, en su opinión, perteneció a esta capilla primitiva,
eliminada en 1436 cuando comienza a gestionarse la construcción de la nave del
Rosario hasta las inmediaciones de la actual del Rosario, abriéndose el mencionado
gran arco interior y, un siglo más tarde, el aludido acceso lateral.
Para esta nueva obra, como señala Agustín
Barbas, el Cabildo de la ciudad pidió, en el mencionado 1436, indulgencias al
Papa Eugenio IV, con el objetivo de recabar la ayuda necesaria para terminar esta
obra de ampliación de la iglesia y la del claustro de procesiones que conocemos
en la actualidad. En el documento se justifica la construcción de estos
edificios por la gran devoción a la Virgen de Consolación, que provocaba una
gran afluencia de devotos en un recinto que se les había quedado pequeño. Debemos
entender en este punto que el origen de la iglesia que conocemos en la
actualidad, así como el de la primera capilla o altar de Consolación con la
imagen de esta virgen, debían estar ya construidos y recibiendo fieles, al
menos desde finales del siglo XIV o inicios del XV.
Sin embargo, a pesar de que, aparentemente, todo parece claro,
Esteban Rallón menciona en sus textos dos estructuras edilicias distintas. Por
un lado, habla de una “mezquitilla” u “oratorio”, descrito como uno de los
reductos que los moros tenían extramuros para el alojamiento de los alfaquíes
que custodiaban la ciudad. Por otro, se refiere a una mezquita con aspecto de
fortaleza y almenas que los dominicos utilizaron como capilla mayor de su
iglesia primitiva. Esta última, ya en el siglo XVII, funcionaba como bodega y, según
se extrae de los textos de este autor, se ubicaba a los pies de la nave del
Rosario ulterior. No obstante, para el propio Rallón, daba frente a la plaza
conocida como Llano de San Sebastián, hoy plaza Aladro.
Ante esto, surge la duda de si Rallón se refiere a un mismo
edificio, posiblemente un castillo o reducto, sobre el que posteriormente se
habría construido el claustro de procesiones de los siglos XV-XVI, o si, por el
contrario, está describiendo dos edificaciones distintas: una la fortaleza
mencionada y otra una mezquita fortificada con almenas que, como ya hemos
señalado, sirvió de capilla mayor en la antigua iglesia de Santo Domingo.
Basándose en los textos de Esteban Rallón y en el célebre grabado de Jerez
realizado en 1567 por el flamenco Anton van den Wyngaerde, el profesor Fernando
López Vargas-Machuca afirmaba, hace algunas décadas, haber identificado la
supuesta “mezquita” o
“mezquitilla” de origen andalusí que Rallón menciona como capilla mayor de la
iglesia erigida por los dominicos a partir de 1267. Según Vargas-Machuca, el
edificio con forma de qubba que se aprecia en la imagen de Wyngaerde,
adosado a los pies de la nave del Rosario con una construcción anexa de tejado
a dos aguas, se correspondería con la mezquita, luego capilla mayor y,
posteriormente, de San Pedro Mártir, de la primitiva iglesia de Santo Domingo, que
más tarde fue utilizada como bodega (fig. 1). Este conjunto habría ocupado el
solar donde se levantó, a finales del siglo XIX, el actual convento frente a la
Alameda Cristina. En su interpretación, esta mezquita sería una edificación
distinta e independiente del castillo o reducto de época islámica que, como
hemos visto, también mencionan los historiadores de los siglos XVII y XVIII. Para
Vargas-Machuca, esta fortaleza debió de ser un ribāṭ, una estructura
militar y religiosa que servía como baluarte defensivo de la Puerta de Sevilla,
una de las cuatro entradas de la Jerez andalusí, situada justo enfrente.
3. Pero… ¿hubo una
qubba en Santo Domingo?
Conviene recordar en
este punto que el término árabe rābiṭa o ribāṭ tenía en al-Andalus
dos significados. En primer lugar, designaba una construcción militar
fronteriza, especialmente en la costa —como el cercano ribāṭ Rūṭa (Rota),
mencionado en las fuentes árabes— donde residía una guarnición castrense
dedicada tanto a la oración como a la lucha contra los enemigos del islam.
El segundo
significado hacía referencia a edificaciones de carácter religioso-funerario,
situadas dentro o en las afueras de las medinas musulmanas, conocidas como qubbas-rābita
o morabitos. En estos lugares, un santón o eremita se retiraba para entregarse
a la meditación y a la enseñanza de textos piadosos y, tras su muerte, solía
ser enterrado allí, convirtiendo el espacio en un sitio de veneración y
peregrinación. En algunos casos, estos recintos se convertían en la sede de una
congregación religiosa, adoptando entonces el nombre de zāwiya. Estas
edificaciones, que solían adoptar la forma de qubba —un espacio cuadrado
con estructura cúbica o prismática, cubierto por una cúpula o un techo
generalmente abovedado— también servían, en vida del santón, como enclaves de
vigilancia, funcionando a modo de atalaya, especialmente cuando se erigían en
zonas elevadas o estratégicas.
Si la supuesta qubba
que el profesor López Vargas-Machuca identifica en el grabado de Wyngaerde fue,
efectivamente, un edificio islámico en su origen, podríamos asociarla con una
de estas qubba-rābita o morabitos, estructuras comunes tanto en
el interior como en las inmediaciones de las ciudades musulmanas, situadas
cerca de los accesos urbanos y, en ocasiones, próximas a una necrópolis. También
cabría la posibilidad de que se tratara de una qubba-madfan, un edificio
de carácter exclusivamente funerario, erigido a modo de mausoleo en los
cementerios musulmanes. Esta hipótesis cobraría mayor fuerza si tuviéramos
constancia de una necrópolis islámica en los alrededores del convento de Santo
Domingo.
Sin embargo, y
a pesar de que las tesis de López Vargas-Machuca han sido bien acogidas por la
bibliografía posterior,
nada demuestra de manera definitiva que la primera iglesia levantada por los
dominicos jerezanos a partir de 1267, tras la conquista cristiana de la ciudad,
se construyera aprovechando una qubba o un ribāṭ situado frente a
la Puerta de Sevilla.
En primer
lugar, porque las características del emplazamiento no se corresponden con las
propias de este tipo de edificaciones y, aunque podrían ajustarse a cualquiera
de las qubba mencionadas anteriormente —la qubba-madfan y la qubba-rābita—
las intervenciones arqueológicas en el actual convento de Santo Domingo,
edificado en 1890, no han aportado evidencia alguna de construcciones
anteriores al siglo XVII.
Este hecho descarta, al menos por el momento, las conjeturas de Fernando López
Vargas-Machuca y de los autores que las han seguido.
Una de éstas
sostiene que, en el siglo XV, la supuesta qubba, ya transformada en
capilla de San Pedro Mártir —más tarde de los Meira y Cabeza de Vaca— fue
conectada con el templo principal de la iglesia de Santo Domingo mediante la
construcción de la nave del Rosario. No obstante, hemos comprobado que la única
documentación existente sobre esta obra señala que se realizó no para unir un
edificio con otro —algo que ni siquiera se menciona— sino para ampliar la
capacidad de la iglesia y permitir albergar a más fieles frente al altar de la
Virgen de Consolación. Tampoco hay constancia de que, al erigirse la fachada y
el pórtico principal de esta nave en el siglo XVIII, orientados hacia el
antiguo Llano de Santo Domingo, hoy Alameda Cristina, la presunta capilla de
San Pedro Mártir fuera derribada, como afirman estos investigadores.
Aparte de estas
razones, debemos considerar que las referencias al antiguo oratorio de los
frailes dominicos parecen situarlo detrás del ábside de la nave principal del
templo actual, y no adosado a la nave del Rosario. Así lo indica el propio
Esteban Rallón cuando menciona que la antigua iglesia era la bodega que daba a
la plaza conocida como “Llano de San Sebastián” —insistimos, actual
plaza Aladro— diferente del “Llano de Santo Domingo”, también citado por él y Agustín
Barbas, y que se corresponde con la actual Alameda Cristina.
A este respecto, resulta esclarecedor un documento del año 1542 que
detalla cómo el convento de Santo Domingo dona a uno de sus frailes profesos, fray Jordán, un solar situado dentro del recinto
conventual para la edificación de una capilla bajo la advocación de San Juan de
Letrán. El texto refiere con notable precisión la ubicación de ese espacio: se
encontraba detrás de la capilla de los Cuenca lindando, por un lado, con la capilla mayor de la iglesia conventual y, por el otro, con
la capilla de Nuestra Señora del Rosario, quedando la “bodega e cocina” a
sus espaldas.
Es precisamente
en esa zona trasera donde Rallón dice que se situaban el “claustro de legos,
molino, oficinas y tahonas”,
afirmación que desarrolla más adelante al describir con detalle las
dependencias del convento:
“Junto con la
huerta, dentro del mismo convento, en lo antiguo y primitivo de esa casa está
la de novicios, muy capaz. Tiene celda alta y baja para el maestro, cuarenta
altas y bajas para coristas, y para novicios un cuarto separado con sus
divisiones para camas que caben doce novicios. En lo que fue claustro antiguo,
que llaman hoy el claustrillo, tiene cinco celdas y una enfermería alta con
nueve celdas. El cuarto de los legos tiene ocho celdas. Hay graneros, molino de
aceite con sus almacenes y tinajas, horno y tahona, y un patio grande: que todo
está en lo que antiguamente fue convento.”
Agustín Barbas
y Bartolomé Gutiérrez ratifican lo señalado por Rallón. Así, según el primero:
“[…] la
habitación que, en su oriente, tuvo este convento, y que servía de officinas y
precisso domicilio a los religiosos, fue la que llaman Casa Vieja de Novicios y
el Claustro alto y bajo de la Enfermería […]. La Enfermería, aunque
antiguamente fue distribuida en alta y baxa, obra que erigió el Padre Maestro
Fray Luis de Mendoza, hijo desta casa, en el año de 1672 y de la que en el día
sólo la baxa existe, siempre ha tenido una misma situación. Reflexionando en el
Claustro de la Enfermería, se hace conocer haver sido de lo primitivo desta
casa como está dicho, pues en el lienzo opuesto al que ocupa la Enfermería y
que oy es continente de tres distintas celdas, se advierten en su suelo
diversas bazas como que sostenían pies de messas y, en la celda del medio, como
un hueco de ventana al modo repartidor, de cuios vestigios motiva el congetural
que el primerio refectorio fue en tal sitio y, por consiguiente, que fue todo
ello de lo primitivo desta casa, completándose en tal Claustro la primera
fábrica del Convento.”
El segundo, todavía más preciso, expone que
“en el frontis del salón grande, que mira a la librería, está un claustro
pequeño con varias celdas, y la contaduría y archivo; y en un ángulo, la
enfermería grande, con patio, cocina y oficinas para el preciso avío de los
enfermos; donde ay siempre un enfermero mayor sacerdote, y uno menor lego; y
tiene su altar para misa y ornamentos. A las espaldas de esta enfermería está
la huerta para providencia de hortalizas y otros árboles, con su noria y puerta
a la calle para el tráfico, que es grande. Saliendo de este claustro chico para
el patio de la cocina, está, en el callejón, la puerta del noviciado, que es el
más bello que se puede desear. Compónese de un salón de entrada que sirve de
clase para los estudiantes novicios. Éntrase a un claustro quadrado circulado
de celdas y con oratorio y altar para la misa, donde ay toda providencia de
ornamentos y otras oficinas. Sobre este ay otro alto, que se circunda de celdas
del mismo modo. Es tan observante este claustro, que todo novicio que allí
entra no sale de la jurisdicción del maestro de novicios hasta que cante misa y
salga de sacerdote. En el patio inmediato está la cocina correspondiente al
gran número de sus religiosos, con la comunicación a sus dos grandes
refectorios. Más abajo de la cocina está la entrada a la sacristía, y después
algunas celdas bajas para religiosos legos y otras oficinas. Junto a la puerta
grande de su salida está la clase de Gramática en alto; enfrente, un molino de
aceite y, sobre él, un dormitorio de celdas altas; luego, almagacenes de grano,
debajo provisoría; y sobre el claustro grande y chico antedichos, las celdas
del mayor número de la comunidad.”
De estos textos, además de la confirmación de que el origen del convento
se encontraba en la parte de atrás del edificio —según Bartolomé Gutiérrez, en
el claustro de la enfermería, en el espacio donde algunos documentos sitúan también
el callejón y la claustra vieja, el patio grande según Rallón— resulta
especialmente relevante comprobar que las intervenciones arqueológicas en el
solar del edificio de 1890, que todavía alberga una escasa comunidad de frailes
dominicos, no han certificado la existencia de ninguna bodega ni edificio
anterior al siglo XVII. En ese lugar, Bartolomé Gutiérrez documenta la clase de
Gramática junto a un edificio con celdas bajas y otras oficinas y, en el lado
opuesto, contiguo a la conocida como Puerta del Campo, un molino de aceite. A
continuación, en dirección al claustro de novicios y adosado a él, se menciona
una “provisoría” o despensa, sobre la cual se encontraban almacenes de grano. Conviene
recordar, en este punto, el relato de Agustín Barbas sobre las obras de la
bodega —probablemente esta provisoría— encima de la que se construía un almacén
cuando se encontraron los vestigios de lo que podría haber sido la iglesia
primitiva de los dominicos.
La provisoría era el conjunto de espacios destinados al almacenamiento,
gestión y distribución de víveres y recursos materiales del convento. En ella
se conservaban el vino, el aceite, los cereales y otros productos esenciales; a
menudo incluía también oficinas administrativas y, en algunos casos,
habitaciones para personal al servicio del convento. Todo parece indicar, por
tanto, que la “bodega” que se menciona en el documento de 1542 corresponde a la
dependencia que Bartolomé Gutiérrez denomina provisoría.
Los restos del molino de aceite han aparecido prácticamente en su totalidad,
incluyendo el gran edificio que lo albergó, así como tinajas y almacenes
fechados a partir del siglo XV, en una intervención realizada en el número 2 de
la calle Rosario, frente a la plaza Aladro. Este
molino aceitero se menciona, junto con su cuadra y almacén, en un inventario de
bienes elaborado tras la Desamortización, fechado el 2 de septiembre de 1835 y
dado a conocer por Jiménez López de Eguileta y Romero Bejarano. Además, sabemos que esta almazara seguía en
funcionamiento en el siglo XVIII gracias a un documento de 1770 citado por
Rosalía González, en el que se menciona el molino de aceite del convento de
Santo Domingo.
A la luz de esta información, cabe preguntarse si el edificio que
reproduce en su grabado el flamenco Anton van den Wyngaerde no es sino este
molino de aceite y su torre de contrapeso, erróneamente identificados por los
investigadores mencionados con un morabito islámico supuestamente unido
a la nave del Rosario de la iglesia de Santo Domingo (figs. 1 y 2). La
semejanza con otras almazaras, como la del Alcázar de Jerez, es evidente, lo
que refuerza las dudas que, a raíz de estos nuevos hallazgos, suscitan las
tesis que defienden la existencia de una qubba usada como capilla mayor
de la iglesia original de Santo Domingo, eje de la cuestión que hemos planteado
a lo largo de estas líneas.

Fig.
1. Anton van den Wyngaerde (1567)
Detalle
con el posible molino de aceite del Real Convento de Santo Domingo
Fig. 2. Vista aérea del convento de Santo
Domingo con el edificio del antiguo molino de aceite a la derecha y el claustro
de la enfermería a la izquierda. Entre ambos, la casa de novicios y otras
dependencias adosadas que albergaron la cocina, tahona, almacenes y provisoría.
4. ¿Y el castillo? ¿Fueron los claustros de Santo
Domingo un antiguo ribāṭ andalusí?
En cuanto al castillo o fortaleza de origen
islámico que, supuestamente, el rey Alfonso X otorgó a los frailes “para su
defensa y abrigo”, contamos con el testimonio de Espínola y también con el de
Rallón. Este último, basándose en tradiciones populares o, tal vez, en sus
propias suposiciones, afirma que, además del existente en Santo Domingo, hubo
otros dos: uno frente a las puertas de Santiago y otro frente a la del Real o
Marmolejo, en la plaza del Arenal.
Sobre el primero, señala que:
“El sitio en que se edificó [la iglesia de
Santiago] era uno de los reductos que en tiempos de moros estaban fuera de las
puertas de la ciudad y servían de habitación de los adalides, que guardaban la
tierra, y rondaban y guardaban de noche la ciudad, correspondiente a la puerta
que ellos llamaron de siete puertas.”
Y acerca del segundo, afirma que el convento de
San Francisco se fundó
“en el reducto
o casa fuerte que servía a los moros, casa donde la ciudad fundó después la
capilla de Nuestra Señora de la Concepción, donde había unas torres antiguas.”
También,
y en lo que concierne a estos dos últimos reductos, Bartolomé Gutiérrez recoge,
aunque tampoco menciona la fuente en la que se apoya, que en 1319 todavía se
mantenían guarniciones en los mismos:
“Aunque estaban
fundados en el sitio de los dos reductos que estaban á la frente de las dos
puertas, del Real y de Sevilla, los dos Reales conventos de Santo Domingo y San
Francisco, todavía se mantenía la costumbre de tener guarnición en ellos; que
no solo servían de patrocinar la quietud de los religiosos, sino que también
estaban prontos para favorecer las entradas de las puertas dichas de la ciudad;
porque los moros atrevidos se dejaban venir sobre nuestros campos, cuando menos
se imaginaba; y estos servían de centinela.”
Para Rosalía González y Laureano Aguilar, la existencia
de estos supuestos recintos amurallados exteriores “siempre había constituido
una incógnita, ya que no constaban datos fehacientes sobre ellos”, salvo los textos
expuestos, “y tampoco se conocían paralelos de este tipo en otras cercas
urbanas”. No fue hasta las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo desde
el año 1999 en el claustro de procesiones del convento de Santo Domingo, con
motivo de su restauración, cuando se obtuvieron los primeros datos del posible
reducto defensivo de la puerta de Sevilla que, según la tradición popular,
había sido concedido por el rey Sabio a los frailes predicadores.
Hemos visto
cómo Agustín Barbas, en su manuscrito sobre la historia del monasterio dominico,
menciona distintos hallazgos que aportan información sobre la evolución del
edificio a lo largo del tiempo. Además de la referencia a los restos
descubiertos en la bodega del convento, que probablemente pertenecieron a la
iglesia primitiva de los dominicos, encontramos en Barbas la noticia del
hallazgo de vestigios de murallas y almenas en la pared que da al claustro durante
los trabajos que, en 1713, se hacían para la construcción del nuevo dormitorio
sobre el refectorio. Este último descubrimiento le lleva a sostener la
hipótesis de que el edificio fue originalmente el castillo o fortaleza
mencionado por Rallón y, como hemos visto, también por Espínola unas décadas
antes. Así, describe cómo en la parte del muro del refectorio que da vista al
claustro, fueron localizadas
“unas como
almenas, sostenidas de pared como de muralla, con lo que se confirma, y lo
tengo por mui cierto por lo que citaré después, que sirvió en
su principio de castillo o fortaleza y que, destinándolo después en refectorio
y de bóveda de tanto peso, aforraron la muralla de cantería labrada, como se
mira en el día por la interior parte de él, aunque en la cara que da al
claustro se registra que es pared de tierra, de suerte que en dos paredes se
sostiene tan grande obra: la una que es la muralla y da al claustro sí vista, y
la otra cantería que se mira en lo interior. Además de los vestigios de almenas
observados y, agregado a ellos, el dicho del maestro Rallón, lo tengo por
evidente que fue castillo o fortaleza en su principio. Dice, pues, el dicho
padre: “El convento de Santo Domingo fundó el rey en frente de la puerta de
Sevilla. Dióle para su defensa un castillo y fortaleza pequeña, cuyas reliquias
duran oy”. Luego si estas reliquias fueron encontradas en aquellas almenadas
(quiere decir “almenas”) examinadas en la pared exterior del refectorio, éste
en su principio fue el castillo o fortaleza pequeña que dio su sabio fundación
a este
convento
para su defensa y custodia.”
Como
señalan González y Aguilar, el análisis de estructuras emergentes realizado en
dicho claustro confirmó que todo él fue construido aprovechando una edificación
cuadrangular preexistente, levantada mediante el sistema de tapiales. Sus
dimensiones, 39 metros de lado, coinciden exactamente con el área que ocupa el
claustro en la actualidad. Los muros, de unos 7 metros de altura y 0,90 metros
de grosor, rematan en merlones, cuyos vestigios han sido identificados en las
dos paredes que discurren perpendiculares a la iglesia y no sólo en la del
refectorio. Este hallazgo corrobora, sin duda, la información proporcionada por
fray Agustín Barbas. Además, en el lienzo noroeste, entre el patio claustral y
la iglesia, cerca del oratorio de Diego de Ribadeneira, en el ángulo oeste, se
descubrió una puerta monumental completamente enmascarada y en parte afectada
por la imposta de una de las bóvedas góticas. Construida íntegramente en
piedra, presenta un arco de herradura apuntado, enmarcado por un alfiz.
Como
concluyen González y Aguilar, resulta imposible, por ahora, establecer con
precisión la cronología de estos restos arquitectónicos. Barajan dos hipótesis:
que formaran parte del entramado defensivo almohade de la ciudad, o que
pertenecieran a una construcción levantada o reformada en los primeros momentos
de la etapa cristiana de Jerez. En cuanto a su uso, además de la función
defensiva que mencionan las fuentes, estos investigadores sugieren que la
supuesta fortaleza pudo servir como refugio para viajeros, mercancías y ganado
que llegaban a la ciudad tras el cierre de sus puertas, desempeñando un papel
similar al de un manzil (albergue) o un albacar. Aunque no
descartan que el edificio, pese a su proximidad al recinto urbano, pudiese
haber funcionado como un ribāṭ, como propone el profesor López
Vargas-Machuca,
remiten a una posible analogía con el castillo de San Romualdo en San Fernando.
En esta fortificación, las excavaciones recientes han identificado una
construcción rectangular realizada también con cajones de tapial hormigonado,
con muros coronados por almenas y refuerzos en sus ángulos mediante torres. Se
considera una obra cristiana temprana, fechada entre 1264 y 1300, posiblemente
vinculada a la Orden de Santa María de España. De hecho, se ha sugerido que en
su construcción pudieron participar alarifes mudéjares jerezanos.
Si
extrapolamos esta hipótesis a los claustros del convento de Santo Domingo,
podríamos deducir que los restos de ese posible castillo o reducto no pertenecen
a una estructura islámica preexistente, sino a una construcción cristiana como
la de San Romualdo, tal vez una primera edificación fortificada del claustro de
procesiones que se paralizó y se retomó, junto a la ampliación de la iglesia, a
partir de 1436.
Esta idea se ve reforzada por un dato significativo: en la carta de concesión
de 13 de noviembre de 1267, en la que Alfonso X otorga tierras a los dominicos
para la erección de su monasterio, no se menciona la existencia de una
fortificación previa en el solar. Sorprendentemente, el documento sólo hace
referencia a elementos como las puertas de la muralla de la ciudad, las norias
de las huertas y otros linderos, pero no a ninguna construcción defensiva.
Además, en la partida 80 del Libro del Repartimiento se registra, como
vimos, la donación de materiales a los frailes predicadores para su obra: teja,
piedra y madera extraídas de dos casas derribadas para ampliar el cementerio de
San Salvador, lo que apunta a que el convento se inició desde cero en ese
emplazamiento.
5. A modo de
conclusión
Con este contexto, pensamos que la hipótesis de
una fortificación islámica reutilizada por los dominicos debe ser reconsiderada.
A nuestro juicio, los restos de arquitectura árabe hallados en las galerías
oeste y norte del claustro podrían corresponder a una primera fase constructiva
mudéjar impulsada por la propia comunidad dominica. Estos vestigios habrían
formado parte de la estructura original del monasterio antes de la gran reforma
tardogótica llevada a cabo entre mediados del siglo XV y principios del XVI. A
la luz de estos elementos, resulta imprescindible un análisis más profundo
tanto de la materialidad de los restos como de su contexto histórico, para
determinar si corresponden a un primitivo claustro cristiano o a una
construcción islámica posteriormente reutilizada.
Otro aspecto clave en la reconstrucción histórica
del convento es la bodega, cuya función ha sido objeto de diversas
interpretaciones. Fray Esteban Rallón y Agustín Barbas afirman que fue, en su
origen, la primitiva iglesia de los dominicos. El hallazgo de un molino de
aceite en el callejón tras la iglesia actual, junto con tinajas y almacenes
datados a partir del siglo XV, refuerza la teoría de que en este espacio se
ubicaba también aquélla, posiblemente la provisoría mencionada por Bartolomé
Gutiérrez con almacenes de grano en su planta superior. Este hecho permitiría
identificar las construcciones representadas en el grabado de Anton van den
Wyngaerde, situadas a espaldas de la iglesia de Santo Domingo, con estas
dependencias conventuales, en particular con el gran molino aceitero y su torre
de contrapeso, desmontando así la idea de que se tratase de un morabito
islámico o una qubba.
El convento de Santo Domingo se revela como un
lugar donde elementos de inspiración islámica y cristiana confluyen en sus
distintas fases históricas y constructivas. La ausencia de evidencias
concluyentes sobre una fortificación andalusí previa, la existencia de
elementos cristianos tempranos y la posible reutilización de espacios con fines
productivos subrayan la necesidad de continuar con la investigación
arqueológica y documental. Sólo un análisis interdisciplinar permitirá
esclarecer con mayor precisión la verdadera naturaleza de los restos hallados y
su relación con los anales del convento y la historia de la ciudad de Jerez.
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Desconocemos
si la judería jerezana y su honsario existían ya en la Jerez andalusí, aunque todo
apunta a que debió de haber una comunidad hebrea, más o menos numerosa, por
entonces, pues el Libro del Repartimiento menciona a los judíos Jacob
Alcaçabi, que “moró esta villa en tiempo de moros”, y a un tal Xtaruzi, que
murió “quando se alçara la villa”, es decir, durante la revuelta mudéjar. Cf. El Libro del Repartimiento de Jerez de la
Frontera, GONZÁLEZ y GONZÁLEZ (1980) (en adelante, Repartimiento), partidas
n.º 1863 y 1865, respectivamente. Sobre la judería de Jerez y su cementerio, vid.
FITA (1888), MUÑOZ (1892), quien se basa en los textos que recoge BARBAS, Fray Agustín,
O. P., Historia recopilación de privilegios del Real Convento de Santo
Domingo de Xerez de la Frontera, [Manuscrito] [1776], Archivo
del convento de Santo Domingo, Jerez; SANCHO (1951); BELLIDO
(1993); ABELLÁN (1999); y BORREGO (2022).
La
historia del convento de San Francisco y su descripción aparecen detallados,
sobre todo, en la obra de RALLÓN, Fray Esteban, Historia, IV, MARTÍN (ed.), 155-157, donde leemos que
dicho monasterio se fundó “en el reducto o casa fuerte que servía a los moros,
casa donde la ciudad fundó después la capilla de Nuestra Señora de la
Concepción, donde había unas torres antiguas […], dejando entre él y la plaza
del Arenal un grande espacio que le sirve de ámbito por la parte occidental,
con tres puertas: que la principal que corresponde a la iglesia sale a la
plaza, sobre la cual se edificó una capilla con su altar, donde se decía misa
los días de fiesta para que la oyesen en la plaza los que en ella estaban
ocupados en sus oficios; las otras dos salen la una a la Corredera, y la otra a
la Lancería. Luego se sigue el convento, cuya iglesia corre de occidente a
oriente, y la comenzaron dejando fuera la garita en la cual, como queda dicho,
fundó después la ciudad la capilla de la Concepción, cuya puerta cae debajo del
coro, fábrica hermosísima”. De esta capilla, aún en pie, sabemos que se
levantó de nueva planta en el siglo XVI, sin que la documentación existente
confirme que se construyera en el solar de un supuesto reducto o garito “de
moros”. Cf. SANCHO (1960) y ROMERO (2005). Ambos autores hablan también de la
existencia de otra capilla llamada de la Concepción en el antiguo y hoy
desaparecido claustro del convento de San Francisco hacia 1440. Todas estas
tradiciones acerca de la fundación del monasterio franciscano de Jerez aparecen
igualmente en las Memorias del
Convento de N. P. S. Francisco de la ciudad de Xerez, extractadas de la
Historia de Xerez de
Esteban Rallón [Manuscrito] [17...] M-RAH, 9/1995(4); en
MESA (1754): II, 407 y ss.; y en GUTIÉRREZ
(1756). En todas
estas obras se refiere, sin apoyo documental alguno, salvo la repetición de lo
dicho por Rallón, que se basa en Espínola como veremos más adelante, que el rey
Alfonso les donó, igual que supuestamente hizo con los dominicos, una fortaleza
o reducto defensivo de origen andalusí situado frente a la Puerta del Real o
del Marmolejo de la actual Plaza del Arenal. Según Rallón, también hubo otra
fortaleza similar junto a la de Santiago. Acerca de este particular,
relacionado con la historia del convento franciscano, vid. también POMAR
(2007).
Hasta el momento, se han localizado dos maqbaras en
Jerez: una en el entorno de la puerta del Real o de Marmolejo, ocupando un
amplio perímetro de la plaza del Arenal y zonas adyacentes; y la otra, frente a
la puerta de Santiago o de las Siete Puertas, en el otro extremo de aquélla.
Sobre la primera, vid. GONZÁLEZ (2006): 93-96; LÓPEZ y BARRIONUEVO
(2009); LÓPEZ (2018); y BARRIONUEVO (2020): 16-21; sobre la segunda, vid.
MACÍAS (2009). En la zona de Santo Domingo, la única referencia al respecto es el hallazgo de una
extensa necrópolis cristiana de los siglos XIV-XV, probablemente el cementerio
de los frailes dominicos, en todo el perímetro de la calle Bizcocheros y Larga,
junto al claustro de procesiones del convento de Santo Domingo, y en el que, al parecer, también se enterraban judíos
conversos. No se han localizado, por ahora, restos de enterramientos
islámicos en esa zona. La intervención arqueológica en el lugar estuvo a cargo
de LAVADO (2003).
Cf.
JIMÉNEZ y ROMERO
(2013): 31-35; GUERRERO y ROMERO (2013); o GUERRERO (2019).
TOBOSO y BEJARANO (2019).
Ya
hemos señalado cómo la capilla del
Rosario quedaba justo en el rincón izquierdo al final de la nave de su nombre,
siendo ella el límite con el muro que daba al Llano de Santo Domingo, por lo
que creemos que la supuesta mezquita, luego capilla mayor de la primitiva
iglesia de los dominicos y posteriormente de San Pedro Mártir, no existió, al
menos en esa ubicación. Vid. supra, notas 13 y 15.
LAVADO y UTRERA (en prensa). Afirman sus
autoras, a las que agradezco enormemente haber puesto a mi disposición el texto
de su trabajo, que para el análisis de los restos hallados en la citada finca
“ha sido fundamental” la documentación histórica relacionada con ella, ya que
“en la primera inscripción realizada en el registro de la propiedad, con fecha
de dos de octubre de 1866, se indica que era propiedad del exconvento de Santo
Domingo, y que fue adquirida mediante compra por don Gerónimo Angulo y Dávila a
don Julián López el 18 de febrero 1847. En ella se describe la finca como “casa
molino aceitero y granero del ex Convento de Santo Domingo de 403,17 m.
teniendo almacenes con tinajas, molineta con máquina, nave principal con vigas,
cuadras, departamento para habitación y graneros”. Es decir, la finca formaría
parte de las propiedades de la Orden de los dominicos que fueron parceladas y
vendidas producto de la desamortización de Mendizábal en 1835, durante el
gobierno de Isabel II, y en ella se establecía un molino de aceite.
GONZÁLEZ y AGUILAR (2011): 103-108.
GONZÁLEZ y AGUILAR (2011): 103-108. En
su análisis de esta portada, MÁRQUEZ,
GURRIARÁN y MARTÍNEZ (2024): 85-90, le dan una cronología “almohade tardía”.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que, en la intervención arqueológica en el
oratorio de Rivadeneira, aparecieron pilares de ladrillo y un muro de este
mismo material, alineado y vinculado a la citada estructura con arco de
herradura, cuya datación se sitúa en torno al siglo XIV. Cf. JORGE (2020): p.
27.
Así
lo creen UTRERA y
TABALES (2009): 245-265. Sobre el castillo de San Romualdo, vid. tb. FIERRO (1991); FRANCO (1995); MÓSIG (2010); SÁEZ, TORREMOCHA y SÁEZ (2003); SÁEZ (2005);
y CANTILLO, LORENZO y GALINDO (2008).