1. Introducción
Hasta
los años cincuenta de la pasada centuria, lo que se conocía sobre la ciudad de
Jerez en época andalusí ocupaba poco más de un par de líneas. Así, por ejemplo,
en la obra de referencia sobre al-Andalus hasta mediados del siglo XX, el
arabista francés Evariste Lévi-Provençal escribía que “pasado Jerez de
Gracias,
no obstante, a los trabajos recientes de diversos investigadores, sabemos que
Jerez y su amplia comarca, circunscritas ambas a la cora y posterior territorio
de Sidonia, tuvieron un pasado andalusí que había que rescatar del olvido, dar
a conocer y, en la medida de lo posible, preservar. Las murallas y el alcázar,
claros vestigios de una historia aún por desentrañar, competían con quienes se
empeñaban, y siguen empeñándose, en hallar los restos de una gran urbe de
origen romano o, incluso, anterior, en nuestro suelo. Esta cerrazón histórica
de negar lo evidente, provocó que a los anales musulmanes de Jerez no se les
diera la menor importancia en los foros de discusión erudita de la ciudad.
2. Siglos XV-XVII
De
este modo, la historiografía secular jerezana, basada en el perdido manuscrito
de la Crónica de Diego Gómez Salido (siglo XIV)[3], apenas
se detiene en el período andalusí de nuestra urbe. En efecto, las obras
escritas entre los siglos XV y XVI, como El Libro del Alcázar[4], el Cronicón
de Benito de Cárdenas[5] o la Historia
de Gonzalo de Padilla[6], se
limitan a repetir, en relación al período que nos interesa, y casi al pie de la
letra, los mitos en torno a “las conquistas” de Jerez por los cristianos a
partir de la Crónica de Alfonso X, y las posteriores leyendas que
protagonizaron los caballeros jerezanos en sus razias y batallas contra los
meriníes y nazaríes entre 1284 y 1462, año de la toma de Gibraltar, con el
trasfondo de las luchas banderizas entre los Ponce y los Guzmán por hacerse con
el control del poder local en la Andalucía occidental.
En
el siglo XVII, los autores que se ocupan de la historia de la ciudad lo harán
siguiendo el rigor metodológico que se impone en las obras de su tiempo. De
este modo, movidos por la conciencia de pertenencia al todopoderoso imperio
español, se afanarán por recalcar la grandeza y orígenes legendarios de la
patria y, por ende, de todas sus poblaciones y ciudades más importantes. Un
claro ejemplo de esto lo vemos en Martín de Roa[7] y, sobre
todo, en Juan de Espínola y Torres, quien en su Libro de las cosas memorables de Xerez y sus hijos, que no llegó a
imprimirse, pero cuyo manuscrito, conservado en parte en la biblioteca de la
Real Academia de la Historia[8], circuló
entre los intelectuales jerezanos hasta, al menos, la centuria siguiente,
dedica el capítulo séptimo a la conquista de Hispania por los árabes. En él, y
sin fundamento alguno, sitúa el escenario de la famosa batalla del Guadalete en
topónimos conocidos del entorno de la ciudad vinculados, curiosamente, con las
posesiones de su familia, los Espínola. Así, llega a afirmar que el ejército de
Musà y Julián estaba “según las señas que nos dan los
antiguos escritores, en las mesas que oy llamamos de las dehesas de la
Matanza”; mientras que el rey don Rodrigo salió de Jerez, pasó el río
Guadalete, “y en los espaciosos llanos que oy llamamos de la Gradera
y los antiguos de Sangovela”, dispuso sus escuadrones “como sabio
y valiente capitán”. Tras describir con todo lujo de detalles la confrontación
entre cristianos y musulmanes, que fecha en cinco de abril del año 714, como
otras fuentes contemporáneas en las que se basa, y como si hubiera sido testigo
de la misma, expone también que Rodrigo, desconsolado por la traición de parte
de sus huestes y el daño que su ejército estaba sufriendo a manos de las tropas
musulmanas, se retiró a comprobar qué hacía la gente del obispo don Oppas “y
vio que había apartado los peones de su cargo el río arriba hacia la que
llamamos torre Espínola”. Añade, además, que, tras el desconcierto y la
inminente derrota, el rey huyó a pie de la
batalla “por los pantanosos zéspedes que oy llamamos de las
Quinientas, llorando amargamente y, dejándose en ellos los zapatos
guarnecidos de perlas y diamantes, se subió al empinado, aunque pequeño cerro
donde vemos la torre y casa llamada hasta oy el Amarguillo […]”,
desde donde se quedó observando el “último parosismo del reyno” antes de
marcharse por el “vado vecino al sitio que ocupaba y pasándolo. Aunque ha
habido quien diga se ahogó en él llevado [por] que en los referidos zéspedes se
hallaron sus zapatos, y en el arroyo que llamamos de Buitrago las
ruedas del carro de marfil, hay tradición, papeles y historias llegó al
grandioso santuario de Nuestra Señora de Regla, casa sobre el mar
de Chipiona o torre de Capión, tres leguas de Xerez. Allí descansó
afligido y, con los monjes que asistían a la virgen, lloró sus culpas y
pérdidas […].”[9] En este punto el manuscrito de Espínola se
interrumpe y el relato da un salto cronológico hasta el momento de la conquista
de Jerez por Alfonso X, para continuar, siguiendo la crónica de Diego Gómez
Salido, con las hazañas de los caballeros jerezanos en las luchas de frontera
con el reino de Granada.
Pocas novedades en relación con la Jerez andalusí aportan las fuentes posteriores. En el mismo siglo que Espínola, Fray Esteban Rallón es el primero que introduce, en un texto histórico sobre la ciudad, una monografía de la España musulmana. Sin embargo, el texto aborda el tema a grandes rasgos, sin datos concretos sobre Jerez, más allá de algunas apreciaciones sobre la batalla del Guadalete y la conquista de la población por Alfonso X, que no es sino una traslación de la conocida Crónica de este rey. Con todo, Rallón nos deja valiosas descripciones de algunos de los restos de edificaciones de origen andalusí que aún quedaban en pie en la ciudad, como el alcázar, del que en diferentes pasajes habla de sus palacios, baños y mezquita, cuyo patio de abluciones compara con el de la Iglesia Mayor, hoy desaparecida, pero de la que en su tiempo se conservaba “la fábrica antigua de los moros de quien fue mezquita […] y está cerca del mismo Alcázar, en quien se conserva otro claustro semejante hecho para el mismo efecto[10].” Parte de este patio de la aljama jerezana, adosado junto a la torre tardogótica exenta de la antigua Iglesia Mayor que se alza frente a la catedral actual, sigue todavía en pie y, hace unos años, José María Gutiérrez López, Gonzalo Castro Moreno y quien esto suscribe descubrimos algunos de sus elementos, junto a otros del probable aljibe, usado como bodega por los cristianos, y del alminar[11].
Por otro lado, es también Rallón quien, refiriéndose de nuevo a esos vestigios de la ciudad andalusí de Jerez que él conoció en su tiempo, menciona en varias ocasiones “la mesquita que está en forma de fortaleça con sus almenas” de la que, según él, se valieron los dominicos para erigir su primitiva iglesia allá por el siglo XIII. Esa hipotética mezquita se corresponde, en realidad, con los muros de tapial, almenas y el monumental arco de herradura apuntado que vemos hoy en día en las paredes del claustro de procesiones del convento de Santo Domingo que, sin embargo, también podrían responder a una obra mudéjar anterior a la reforma tardogótica que los frailes añadieron a sus edificaciones entre mediados del XV y principios del XVI[12].
3. Del siglo XVIII a la actualidad
Tras el caso omiso que las obras históricas jerezanas del XVIII hacen al período andalusí de la ciudad, llegamos a la centuria siguiente, donde el Discurso sobre las Historias y los Historiadores de Jerez de Manuel de Bertemati se convierte, sin duda, en la primera obra que dedica una monografía más o menos extensa a la Jerez islámica, tras la más breve que escribió, apenas unos años antes, en 1878, Diego Ignacio Parada y Barreto en su Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera, precedidos de un resumen histórico de la misma población[13]. El libro de Bertemati, publicado en 1883, es un compendio histórico sobre nuestra ciudad, basado en lo ya escrito anteriormente por los autores clásicos jerezanos, caso de Rallón, Espínola, Mesa Xinete o el propio Parada y Barreto, con el añadido para la parte andalusí, aunque sin citarlas, de crónicas castellanas como la de Alfonso X, y las obras y traducciones de Conde o Huici Miranda[14]. Aunque de escaso rigor histórico desde un punto de vista actual, los amplios capítulos que se refieren a la Jerez musulmana y su conquista por los cristianos han sido la referencia hasta hace apenas unas décadas para todo aquel que se ha acercado a ese período de nuestros anales. El caso de la obra de José Luis Repetto es un claro ejemplo de lo que venimos diciendo, pues basa buena parte de sus argumentos en la obra de Bertemati, de ahí que no aporte nada nuevo a la de aquél una centuria más tarde[15]. Incluso el listado de jerezanos ilustres del período andalusí que introduce este autor en su monografía es una traslación de lo que en el siglo XVIII había hecho ya Virués de Segovia[16] basándose en la obra de Miguel Casiri[17], mencionando, con algún error de transcripción, a una decena de jerezanos de época andalusí que en el siglo XIX volvía a citar Parada y Barreto[18] y, dos décadas antes que Repetto, en 1968, Fedriani y Fuentes[19]. Este escueto listado de personajes volverá a aparecer, con las mismas deficiencias, en un libro posterior de José Ruiz Mata[20]. No será hasta varias décadas más tarde cuando se redacten los trabajos más completos sobre la ciudad islámica de Jerez. Así, tras las referencias que aparecían en las respectivas obras sobre la provincia de Cádiz en época andalusí de Juan Abellán[21] y José Manuel Toledo Jordán[22], en 1999 aparecía la monografía de Laureano Aguilar Moya, que basaba buena parte de sus argumentos en los resultados arqueológicos que se tenían hasta ese momento, un trabajo complementado años más tarde por Rosalía González[23]. A partir de entonces, el interés sobre esa etapa histórica de Jerez se ha visto reflejado en diferentes estudios que han abierto una nueva perspectiva sobre la misma.
Así, por ejemplo, en 2003, y coordinado
por Ramón Clavijo, entonces director de la Biblioteca Municipal de Jerez, se
publicaba la Historia general del libro y la cultura en Jerez de la Frontera,
en la que se abordaba una visión de la cultura en nuestra ciudad desde la
aparición de la escritura a la invención de la imprenta, la historia del libro
impreso y el panorama general de la cultura local hasta el siglo XX. Su tercer
capítulo, escrito por Antonio Vega Alonso[24], aborda
en cincuenta páginas, una síntesis histórica de la ciudad bajo el dominio
musulmán que nos acerca, también, y por primera vez en la historiografía
jerezana, a la producción intelectual y el esplendor cultural de la ciudad, a
partir de la biografía y traducción de algunos versos de los poetas Ibn Lubbāl, Ibn Giyāṯ, Ibn Šakīl y Abu Ya῾afar.
Este trabajo se completaría ampliamente un año más tarde con un artículo del
autor de estas líneas sobre más de un centenar de ulemas que nacieron, vivieron
o ejercieron sus oficios en la ciudad andalusí de Jerez entre los siglos X y
XIII, más un libro sobre el mismo asunto aparecido en 2011[25].
4. Trabajos arqueológicos
Los
trabajos arqueológicos en la cercana Mesas de Asta dirigidos por Manuel Esteve
Guerrero entre las décadas cuarenta y sesenta de la pasada centuria, habían
dado ya con las huellas andalusíes del entorno jerezano, sobre los restos de la
famosa Asta Regia (de la que sólo una mínima parte fue excavada), y activaron
el interés por ese período olvidado de nuestra historia. A raíz de los
hallazgos de aquel sorprendente enclave, que ofrecía piezas singulares y de
valor único, algunas de las hipótesis acerca de los orígenes de la ciudad de
Jerez que venían planteándose ya desde el siglo XVI empezaron a darse por
ciertas. Según ellas, Jerez fue “fundada” en el siglo XII por los antiguos
habitantes de Asta, que habían abandonado el lugar tras la época de los taifas.
El error histórico tardaría varias décadas en subsanarse, ya que la
arqueología, una ciencia casi desconocida por estos lares en aquellos días, se
centraba casi exclusivamente en el riquísimo yacimiento astense, donde en un
principio se pensó, además, que podría estar la perdida y mítica Tartesos.
Mientras, Jerez permanecía silenciosa, sin nadie que buscara en su suelo algún
rastro que refutara todas estas teorías.
Las
actuaciones arqueológicas en el casco histórico de la ciudad se iniciaron en
1971, con una serie de proyectos de restauración en las distintas dependencias
de su alcázar por parte de la Subdirección General de Bellas Artes, dirigidos
por José Menéndez Pidal. En el transcurso de estos trabajos, fue localizado y
recogido abundante material andalusí, entre otro de época moderna y
contemporánea, del que no se hizo, sin embargo, catalogación alguna[26]. Habría
que afirmar, por tanto, al igual que hace la Carta Arqueológica de
Jerez, que las primeras actuaciones comenzaron realmente en 1983, también en el
Alcázar y la cercana plaza de la Encarnación[27]. Las
excavaciones en el primero, que continuaron un año más tarde, permitieron
observar la gran potencia estratigráfica del recinto, intensa y continuamente
ocupado desde, al menos, el siglo X[28]. La
intervención en la Encarnación, por su parte, aportó el primer conjunto
material cerrado almohade en la ciudad y generó, además, la primera tipología
de cerámica de ese periodo en el sudoeste andaluz[29]. Antes
de estas fechas, los únicos datos arqueológicos que se tenían del conjunto
histórico jerezano pertenecían a los restos que, junto a un tesorillo de más de
doscientos dírhams almohades, recuperó Manuel Esteve Guerrero en 1961 durante
las obras de construcción del ambulatorio de la calle José Luis Díez[30].
Desde
1986 se han venido realizando, sobre todo por el procedimiento de urgencia,
continuas intervenciones que han permitido un acercamiento, siempre contrastado
con las fuentes escritas, a los orígenes y posterior evolución de la ciudad
andalusí de Jerez. Con todo, la relevancia
que la urbe adquirió entre los siglos XII y XIII hizo que Jerez siguiera
considerándose un asentamiento de época almohade. De hecho, el registro
arqueológico no recogió las primeras pruebas de niveles anteriores a dichas
centurias en Jerez hasta comienzos de los años noventa, con materiales
procedentes de pozos de vertido de la calle Justicia y el Alcázar que aportaron
conjuntos cerámicos cerrados y fechados entre finales del Califato y comienzos
del siglo XII[31]. Las dudas sobre la coexistencia de Asta y Jerez
durante aquellos años quedaban resueltas.
5. Conclusión
El
origen del poblamiento de Jerez debe buscarse en el entorno de las elevaciones
de los barrios de San Mateo, San Lucas, El Carmen y el cerro del Alcázar, que
delimitan, a modo de semicírculo, un valle en el que se situaba parte de la
collación de San Salvador, por la que discurría un cauce de agua que usaban las
tenerías y curtidurías allí instaladas, probablemente desde época andalusí[32]. El
recorrido que este arroyo tenía no está muy claro; sin embargo, Laureano
Aguilar afirma que nacía cerca del convento de El Carmen y bajaba por las
actuales calles Carpintería Baja, Plaza de Peones, Curtidores y Barranco hacia
la plaza del Arroyo, para salir de la ciudad por la puerta y calzada del mismo
nombre hasta desembocar en el arroyo de Guadajabaque[33]. Según
otros autores, el curso de esta corriente debió diferir, no obstante, del que
acabamos de señalar y bajar por la manzana de la actual calle San Fernando, que
separaba a ésta de la de Curtidores[34].
En
pleno siglo XVII, el fraile Esteban Rallón comparaba este escenario con un hermoso
anfiteatro adornado de edificios y casas principales asomados a la plaza
del Arroyo[35],
un emplazamiento que presenta las características propias de los
establecimientos humanos desde la Antigüedad, es decir, una colina amesetada
cercana a corrientes de agua y a zonas con recursos agropecuarios en posiciones
estratégicas desde el punto de vista de control del espacio y las
comunicaciones. En diversos lugares de esta parte de la ciudad de Jerez se han
localizado testimonios de ocupación fechables entre el Neolítico final y el
Bronce, sobre los que se radicaron los asentamientos históricos posteriores[36]. Esta
zona poseyó la mayor actividad comercial y poblacional durante la Alta y la
Baja Edad Media, como demuestran los resultados de las intervenciones
arqueológicas en toda el área, y los datos extraídos del Libro del
Repartimiento sobre la riqueza inmobiliaria y la alta densidad de
habitantes de las collaciones de San Salvador y San Mateo a mediados del siglo
XIII. En ellas, recibieron casas y propiedades miembros de la familia real y un
buen número de nobles y servidores de Alfonso X[37].
No
obstante, la historiografía jerezana viene manteniendo que este amplio espacio
se corresponde, en realidad, con la periferia del primitivo núcleo andalusí de
Jerez que, para algunos autores, debió de articularse en torno a una hipotética
mezquita mayor localizada en la actual iglesia de San Dionisio. Según esta
misma teoría, a mediados del siglo XII, la aljama sería trasladada a un nuevo
edificio edificado junto al Arroyo que, tras la conquista cristiana, se
reutilizaría como Iglesia Mayor de San Salvador[38]. Sin
embargo, en distintos puntos del extenso perímetro que abarca esa supuesta zona
periférica, sobre todo en Plaza Belén, es donde ha aparecido la mayor parte del material califal y taifa
hallado en la ciudad, perteneciente, en algunos casos, a cerámica de lujo con
epigrafía asociada a restos de viviendas y áreas de almacenamiento de la Šarīš
de aquellas centurias y sobre la que existen diversos estudios y
monografías[39].
Efectivamente,
los textos árabes que hablan de Jerez remontan su
devenir a las últimas décadas del siglo IX, años de constantes revueltas contra
el estado Omeya. Es en el siglo X cuando empiezan a aparecer en las fuentes
bio-bibliográficas los nombres de los primeros ulemas que poblaron Jerez, una
urbe que contará con muralla y mezquita aljama a finales de esa centuria. El
hallazgo de las cerámicas a las que hemos hecho alusión, confirma la
prosperidad que durante el Califato y los reinos de taifas alcanzó Jerez,
ciudad que pronto se convertirá en centro productor de piezas que imitan el
estilo de la vajilla palatina de Madīnat al-Zahrāʼ[40].
Con todo, es a partir del
siglo XII cuando comienza
la etapa más próspera para la ciudad andalusí de Jerez, tanto desde el punto de
vista político y económico, como cultural e intelectual[41].
No sólo las fuentes escritas se hacen eco de este auge, también la arqueología
corrobora este hecho. Los resultados de las excavaciones en la plaza de la
Encarnación a mediados de los años ochenta son, sin duda, los que mejor
ilustran este momento. Se trata de piezas de una enorme riqueza y variedad de formas, técnicas y
decoración, entre las que la epigrafía juega un papel sobresaliente, y que
evidencian, junto a la abundante cerámica procedente de otras intervenciones, una fuerte demanda de la misma, lo que obliga a reconocer una constante especialización
alfarera de talleres ubicados en la propia urbe[42].
[1] Cf. LÉVI-PROVENÇAL (1957): 205.
[2] Cf. MARTÍNEZ, en el prólogo a BORREGO
(2014a): 9.
[3] MORENO (2018).
[4] El Libro del
Alcázar. De la toma de Jerez a la conquista de Gibraltar. Siglos XIII-XV, introducción, edición e
índices de Juan Abellán Pérez, EH Editores, 2012.
[5] Cronicón de Benito
de Cárdenas. Jerez y la frontera castellano-granadina (1471-1483), introducción, edición e
índices de Juan Abellán Pérez, Peripecias Libros, 2014, Jerez.
[6] G. de Padilla, Historia de Xerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI), introducción, edición e
índices de Juan Abellán Pérez, Agrija Ediciones, 2008, Sevilla.
[7] Martín de Roa, Santos Honorios, Eutiquio,
Estéban, patronos de Jerez de la Frontera; nombre, sitio, antigüedad de la
ciudad, valor de sus ciudadanos. Sevilla, 1617.
[8] Real Academia de la Historia
(en adelante, RAH), Fragmentos de los escritos del
Padre Espínola en las apuntaciones que hizo para su historia de Xerez (en adelante, Fragmentos).
[9] Cf. RAH, Fragmentos,
fols. 92r-99v.
[10] Cf. Rallón Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de
los reyes que la dominaron desde su primera fundación (en adelante, Historia), I, p. 250; y IV, p. 12.
[11] Los resultados de los
trabajos arqueológicos en el solar, realizados a partir del proyecto de
intervención de los investigadores BORREGO, CASTRO, GUTIÉRREZ y MARTÍNEZ (2014),
que se encuentra depositado en el Obispado de la Diócesis de Asidonia-Jerez, los
recoge Gonzalo Castro en su memoria preliminar (Cf. CASTRO, 2019).
[12] Cf. Rallón, Historia, IV, pp. 143-147. Vid. tb. LÓPEZ (1996 y 2021: 73), quien en sus trabajos plantea que esos
restos pertenecen a unos antiguos ribat y qubba almohades, teoría que aceptan JIMÉNEZ y
ROMERO (2013): 31-35; GUERRERO y ROMERO (2013); y GUERRERO (2019), entre otros
investigadores.
[13] PARADA Y BARRETO (1878).
[14] DE BERTEMATI, M. (1883).
[15] REPETTO (1987): 339-357.
[16] F. Virués de Segovia, Epítome
de algunas antigüedades sucesos memorables, magistrados, privilegios, estudios,
bibliotecas, varones ilustres en letras y armas, servicios, etc. de la M. N. y
M. L. ciudad de Xerez de la Frontera, 1796 (ed. 1889), pp. 38-41.
[17] Miguel Casiri (Trípoli,
1710–Madrid, 1791), traductor, lexicógrafo y bibliotecario, autor de la Biblioteca
Arabico-Hispana Escurialensis
(1760-1770), un completo catálogo en dos volúmenes, clasificado por temas y
autores de 1851 manuscritos árabes de la biblioteca del Monasterio de San
Lorenzo de El Escorial (vid.
JUSTEL, 1999).
[18] PARADA Y BARRETO (1878):
1-2, 322, 466-474, 483-484, y 495-499.
[19] FEDRIANI (1967): 3.
[20] RUIZ (2001).
[21] ABELLÁN (1996, reed. 2005).
[22] TOLEDO (1998).
[23] AGUILAR (1999); GONZÁLEZ
(2006).
[24] VEGA (2003).
[25] BORREGO (2004 y 2011).
[26] FERNÁNDEZ (1987a y 1987b).
[27] GONZÁLEZ et alii (2008): 61.
[28] VALLEJO (1985-1987); MENÉNDEZ y REYES (1986 y 1987);
GONZÁLEZ (2006); GONZÁLEZ y AGUILAR (2011): 111-112.
[29] FERNÁNDEZ (1987c). Esta cuestión ha sido ampliada
con nuevas sistematizaciones como la de LAFUENTE (1994) y el estudio de otros
marcos geográficos próximos a Jerez, por ejemplo, Sevilla, también por LAFUENTE
(1999), o Cádiz, en la que destaca el trabajo de CAVILLA (2005), por citar sólo
unos ejemplos que han puesto de manifiesto las peculiaridades de la producción
cerámica almohade del sudoeste en relación con otras áreas de al-Andalus.
[30] ESTEVE (1961); CHICARRO-FERNÁNDEZ
(1962): 68-69; GÁLVEZ, OLIVA y VALENCIA (1983).
[31] AGUILAR (1999): 204-210; AGUILAR
(1998); AGUILAR, GONZÁLEZ y BARRIONUEVO (1998 y 2004).
[32] AGUILAR (1999):
201; GONZÁLEZ y
AGUILAR (2011): 11-12.
[33] AGUILAR (1999): 201.
[34] ÁLVAREZ LUNA et alii
(2007): 25-26.
[35] E. Rallón, Historia,
IV, p. 128.
[36] GONZÁLEZ et alii
(2008): 92; PÉREZ (2009): 443-444.
[37] GONZÁLEZ y GONZÁLEZ (1981):
XXIX-XXXV.
[38] AGUILAR (1999):
206-207; GONZÁLEZ et alii
(2008): 98.
[39] AGUILAR (1992); AGUILAR (1998); AGUILAR (1999): 204-210; AGUILAR y
BARRIONUEVO (1998); AGUILAR, GONZÁLEZ y BARRIONUEVO (1998); GONZÁLEZ (2005);
GONZÁLEZ et alii (2008): 78-82 y 97-9; CÓRDOBA (2004); MARTÍN (2009).
[40] No obstante, serán las
analíticas arqueométricas de sus pastas cerámicas las que confirmen o
desmientan nuestra hipótesis.
[41] BORREGO (2011).
[42] BARRIONUEVO y AGUILAR (1996); BARRIONUEVO y AGUILAR
(2001); FERNÁNDEZ (1986 y 1987c); MENÉNDEZ y REYES (1986): 940; MONTES (1987-1988);
MONTES y GONZÁLEZ (1986 y 1987); REIMÓNDEZ (2003); REIMÓNDEZ y MENA-BERNAL (2003);
BORREGO (2014a); GONZÁLEZ, AGUILAR Y BARRIONUEVO (2015).