sábado, 21 de octubre de 2023

El vino y el cultivo de la vid en al-Andalus y Jerez

Jerez y su comarca en época andalusí

Las primeras alusiones que encontramos en los textos árabes sobre Jerez se remontan al siglo IX (Ibn Ḥayyān, Muqtabis, II-1: 316-8). A finales de esa centuria, los hijos de un tal ʽUmar b. Ayyūb, llamados Qurṭ, Mannān y ʽAbd al-Jayr, de la alquería de Jerez, encabezaron el enfrentamiento contra los rebeldes de la cora de Sidonia al poder de Córdoba. En prueba de gratitud, el emir ʽAbd Allāh les otorgó autorización para ejercer desde la propia Jerez el control de la zona en su nombre (Al-ʽUḏrī, Tarṣīʼ: 112). Es a partir de entonces cuando comienza a despuntar en la región un enclave que, a finales del siglo X, se había transformado ya en la capital del territorio (Borrego Soto, 2013).


La emergente Jerez, llamada en los textos árabes Šarīš Šiḏūna o, simplemente, Šarīš, se localizaba en el centro de una fértil comarca agrícola próxima al mar, cuya importancia secular ya se había reflejado, por ejemplo, en su estrecho vínculo con el abastecimiento de víveres a Roma, pues la generosidad de sus suelos favorecía una extensa producción de los clásicos elementos de la tríada mediterránea, es decir, del trigo, la vid y el olivo.

Desde los primeros momentos de la conquista musulmana en el siglo VIII, la región siguió beneficiándose de ese rico alfoz. La creación de la circunscripción de Sidonia se remonta al año 743, cuando las tropas del sirio Balŷ b. Bišr fueron repartidas en ocho demarcaciones diferentes o coras, una de ellas la de Sidonia. Estos contingentes se dispersaron por el territorio andalusí para dedicarse a labores agrícolas y al control militar y la recaudación de impuestos de sus respectivas jurisdicciones, creando una red de alquerías sobre las que el Estado cordobés ejerció una fiscalidad cuyo máximo desarrollo alcanzó el siglo X. Fue en esa centuria cuando la ciudad de Šarīš se había convertido ya en la capital de la cora de Sidonia, coincidiendo con el período de bonanza económica que la zona experimentaba por entonces. El número de aldeas en la cora de Sidonia era superior a setecientos, según el Ḏikr (64-5; 70-71 trad.), lo que da una idea de su importancia tributaria frente al resto de coras de al-Andalus entre los siglos VIII y X.

Según al-Ḥimyarī (Rawḍ: 339), sus impuestos anuales se elevaban por encima de los cincuenta millones de dinares en tiempos de al-Ḥakam II (961-976). Aḥmad al-Rāzī (m. 955) describe de esta forma a la Jerez de aquel entonces (Crónica: 57-8.):

Et Xerez Sadunia es nombrada entre todas las cibdades de Espanya, et en ella ha todas las bondades de la tierra et de la mar; que si vos yo quissiese contar todas las bondades della et de su termino, non podria. Et las aguas non se dannan como otras, et la su fruta dura mucho. Et Xerez es tan buena que le non puede escusar en lo mas de Espanya […]

La riqueza de la comarca jerezana se debía, sin duda, a su fecunda agricultura. Las fuentes coinciden en esta apreciación y gracias a ellas sabemos que la economía de la ciudad, en su período de mayor esplendor, que abarcó los siglos XII y XIII, se fundamentaba en el cultivo y beneficio del cereal junto al del olivo, la viña o la higuera. Así, el propio Al-Ḥimyarī (Rawḍ: 211-2), apoyándose en otros autores como al-Idrīsī, señala que Jerez forma parte del territorio de Sidonia, en al-Andalus. Se encuentra a veinticinco millas de Calsena, cerca del mar. Los cereales crecen bien en este territorio y dan excelentes rendimientos […] Jerez es una ciudad mediana; está fortificada; sus alrededores son agradables; está rodeada de numerosos viñedos, olivares e higueras. También se cultiva el trigo en abundancia.

Por su parte, Abū l-Fidā’(Taqwīn: 166) afirma que Jerez es una hermosa ciudad por fuera y por dentro que forma parte de la cora de Šiḏūna, localizada cerca del océano, al sur del río de Sevilla […], está rodeada de viñedos, jardines y un pequeño río […].               

Según Ibn Sa‛īd, era una población cargada de ornato, con parterres floridos, amenas reuniones y partidos belicosos […] una de las ciudades de al-Andalus más graciosas por fuera y por dentro que yo he visitado y, con frecuencia, paseado. Cuenta con edificaciones y medios de subsistencia copiosos, con gentes principales y con ricos y, en fin, con grandes comodidades (Abellán Pérez, 2005: 82), datos que habría que sumar a la opinión de al-Idrīsī (Nuzhat: 198-9) sobre el precio razonable de los productos que se vendían en los zocos jerezanos.

También al-Maqqarī (Nafḥ: I, 184) se hace eco, a través de un fragmento de al-Ḥiŷārī, de la prosperidad de la ciudad en pleno siglo XII diciendo que la ciudad de Jerez es hija de Sevilla, y su río hijo del de ésta. ¡Cómo se parece a Sa‛dà en Arabia! Es una ciudad importante, con muchos zocos para su gente emprendedora, que es elegante en el vestir, lo que demuestra lujo y buenas maneras, no siendo raro ver en ella a amantes y enamorados. Entre sus dulces se encuentran los más populares, que son excelentes, y se le atribuye una de las mejores producciones de almojábanas (al-muŷabbanāt), en las que destaca la calidad de su queso. De ahí que la gente de al-Andalus diga: “Desgraciado aquél que entre en Jerez y no pruebe las almojábanas”. (La almojábana es un tipo de pastel al que se añade queso en la masa y se fríe con buen aceite).

Algunas de las numerosas alquerías que conformaban el alfoz jerezano aparecen citadas en las fuentes, sobre todo en las bio-bibliográficas, donde encontramos referencias a poblaciones como Alcalá Jawlān, Bawnīna, Kirnāna, Ḏuŷŷa, Faysāna, Būnas o Pūnas, Rūṭa, Šallabar o Šarāna, que habían sido la cuna o el hogar de diferentes sabios o personajes de relevancia en la zona (Borrego Soto, 2011).

Contamos también con el testimonio del nombre de un par de alamedas jerezanas junto al Guadalete: una es el marjal o pradera del Brocado (marŷ al-Sundusiyya) y la otra Aŷŷāna o al-Ŷāna, a la que los poetas Ibn Lubbāl e Ibn Giyāṯ dedicaron sendas casidas (Borrego Soto, 2011: 61-66). Del primero de ellos conservamos los siguientes versos, que reflejan que el paraje debió de ser abundante en higueras (Al-Šarīšī, Šarḥ: III, 306-7):

Oh cuán agradable es Iŷŷāna, en primavera o en otoño.
Los arroyos de agua parecen plata sobre guijarros, que se esparcen en el fondo como perlas relucientes.
Cuando su arena no está empapada de agua, nos gusta ir allí y prescindir del ámbar y los aromas.
Y hay unos higos que parecen pezones; pechos de vírgenes negras en sus pecheras.
Diríase que hay allí alcobas fulgurantes con novias reposando sobre estrados de sed.

 Abū ʽAbd Allāh Ibn Zarqūn aparece como interlocutor del sevillano Abū Bakr Ibn al-ʽArabī en un interesante diálogo de temática jerezana recogido en el famoso comentario a las Maqāmat de al-Ḥarīrī de al-Šarīšī (III: 444-445), y que corrobora lo dicho por los textos históricos y geográficos acerca de la proliferación en la región de viñedos u olivares, entre otros recursos económicos:

Pasaba yo por Jerez de vuelta de la tierra del Magreb en compañía del alfaquí Abū Bakr Muḥammad b. ʽAbd Allāh b. al-ʽArabī –Dios lo tenga en su gloria– y, cuando llegamos a su campiña, entre viñedos y huertos, el alfaquí Abū Bakr se puso a hablar maravillas de todo cuanto veía allí, diciendo:

"- En verdad, las cosas que aquí se reúnen difícilmente se dan en otro lugar, por el primor de la agricultura y la ganadería, el aceite, el vino, la sal y demás productos.

Y le dije: - Debes saber que yo nací aquí.
 
Y Abū Bakr me respondió: - Pues tal vez tendrías que recitar ahora el siguiente verso [metro ramal]:

- Mi patria chica es Jerez,

Y yo le dije, completando el verso: - donde yo vivía.

Y replicó Abū Bakr: - Es una ciudad en la que hay

Y añadí: - de todo, y se abastecen

Y dijo Abū Bakr: - sus manantiales del Salsabīl.

Y completé: - y están emparrados sus arenales."

En definitiva, antes de su conquista por los cristianos en el año 1266 (Borrego Soto, 2014: 44-47), Jerez era la medina más importante del bajo Guadalquivir y estaba rodeada, entre otras riquezas naturales, de viñedos que producían un vino del que sabemos muy poco acerca de su existencia, consumo y comercialización, al margen de las ideas generales que sobre este producto se conocen para el resto de al-Andalus.

Una "prohibida y embriagadora" sustancia

Las prescripciones coránicas acerca del vino están llenas de contradicciones. Así, aunque la sura de "Las Abejas" (XVI, 65-68) y de "Mahoma" (XLVII, 15) consideren a la "bebida embriagadora" extraída de los frutos de la vid y la palmera, uno de los beneficios de Dios junto al agua, la leche y la miel, las suras de "La vaca" (II, 219), de "Las Mujeres" (IV, 43) y de "La Mesa Servida" (V, 90-91), lo tachan en algún caso de manifestación satánica y reprueban su consumo, aunque esto no conlleve una prohibición explícita al mismo o a su producción (Martínez Sánchez y Bellón Aguilera, 2005).


La ausencia de una condena clara de esta bebida en el Corán llevó al cisma entre las diferentes escuelas jurídico-religiosas del islam, que no llegaron a ponerse de acuerdo, también por los diferentes tipos de nomenclaturas de las diferentes bebidas extraídas de la fermentación de la uva o el dátil, entre ellas el jamr, que sería el  vino propiamente dicho, el ʽaṣīr, tipo de mosto parecido al al-murabbà (arrope), y el nabīḏ, que procedía de la fermentación del dátil. En al-Andalus, la escuela imperante fue la mālikí que, aunque no autorizaba su ingesta, al mismo tiempo la toleraba siempre y cuando no se provocase graves desórdenes. Esta permisividad, que durante todo el período andalusí fue, de algún modo, la norma, encontró excepciones cuando la actitud de determinados personajes públicos en relación al consumo del vino, rayaba lo pecaminoso, especialmente durante la época de dominación almohade (Marín, 2003).

Como sabemos, el vino ha sido al mismo tiempo uno de los elementos de la dieta musulmana y símbolo de la diferenciación de esta cultura con el resto. Su consumo era extensible a todos los grupos sociales, hecho que preocupaba a los juristas, pues encontraban muchísimas dificultades para su prohibición tajante. Incluso cuando en el siglo X el califa al-Ḥakam II ordenó arrancar todas las vides de al-Andalus, sus propios consejeros le indicaron que era inútil, ya que se podían hacer bebidas embriagadoras a partir de otras plantas (Lévi-Provençal 1957: 159).

La mayor parte de los textos que tratan sobre el vino o su prohibición, incluyendo tratados de ḥisba como el del sevillano Ibn Abdūn, lo identifican con la inmoralidad, ya que sus efectos hacían imposible el control de las pasiones, el respeto por la ley, y atentaban contra la pureza y castidad, en definitiva. Por todo ello, la ingesta de vino se consideraba pecado, pues era contraria a una prohibición religiosa, y no estaba permitido porque llevaba a la ruina personal y de los gobernantes que gozaban con su degustación. Los castigos que recibían los miembros de la élite dirigente solían ser drásticos y ejemplares, pues ellos debían ser el espejo moral en que el resto de la población debía reflejarse; mientras, las clases populares recibían sanciones de otro tipo: así, en los primeros años de su gobierno, lo almohades dictaminaron derramar todas las bebidas alcohólicas, aporrear a los bebedores y devastar aquellos lugares donde se despachaba habitualmente vino (Escartín González, 2006).

Las medidas punitivas tan reiteradas en la diferente documentación son un claro indicio del abundante consumo y del escaso respeto de la población por las prohibiciones. Entre los factores relevantes que dificultaron la erradicación del vino en la sociedad andalusí podemos encontrar la presencia constante de cristianos que, en algunos momentos de la historia de al-Andalus, convivieron en las ciudades musulmanas y en la frontera; y del mismo modo, el consumo privado de vino en aldeas o alquerías alejadas de los centros de poder, que escaparía a las severas normas emitidas por los alfaquíes desde las grandes urbes (De Castro Martínez, 1995).

En cuanto al vinagre (en árabe, jall), sustancia que no se menciona en el Corán, pero directamente ligada al vino y usada frecuentemente en la cocina, como medicamento o bebida refrescante, provocó también que las escuelas jurídicas islámicas se tuviesen que pronunciar al respecto. El vinagre, por su nulo efecto embriagador, se consideró diferente del vino, elemento del que se origina y, por ende, lícito. Con todo, para las diferentes escuelas jurídicas, legalizar la transformación de un alimento prohibido en otro lícito suponía también un dilema: los ḥanafíes permitían fabricar arrope (al-murabbà, jarabe de zumo de uva), pues siempre que el vino perdiera su esencia o capacidad de embriagar se volvía puro, al igual que el vinagre; los mālikíes también estaban de acuerdo con esta idea y permitían la bebida de vinagre por los fieles; por su parte, los šāfiʽíes estimaban que el vinagre sólo era permisible cuando la conversión del vino en vinagre había sido espontánea; por último, los ḥanafíes eran los que menos reticencias mostraban en la producción y consumo del vinagre (De la Puente, 2005).

Los motivos económicos fueron sin duda otro de los condicionante para que tanto el vino como el vinagre circularan continuamente en los hogares y zocos andalusíes. Los grandes latifundios donde se cultivaba la vid y se producían uvas, vino y pasas, no eran escasos en territorio andalusí, sobre todo en zonas del actual litoral gaditano, malagueño y levantino, y algunos de estos productos, junto al higo, el aceite, la sal o el azúcar, tendrían excelentes mercados tanto en la propia al-Andalus como fuera de ella, especialmente el Mediterráneo. Sobre las probables rutas comerciales atlánticas y el contacto con los pueblos del norte de Europa, no existen apenas referencias (Lirola Delgado, 1993: 261-268). Según Miquel Barceló (2010: 119), la Europa feudal no parece haber mantenido mucho comercio con al-Andalus, cuyas relaciones sociales y comerciales fueron fundamentalmente interislámicas, ya fuera con el Magrib o con el Mašriq.

Algunos versos jerezanos sobre el vino

El consumo de vino entre la alta sociedad musulmana provocó la aparición del género lírico de las jamriyyāt, que engloba a todos aquellos poemas cuyo marco son las conocidas tertulias de bebida (maŷālis šarāb), reuniones privadas en las que participaban exclusivamente miembros de la aristocracia urbana rodeados de hombres de letras y hermosas mujeres y generosos coperos que impedían que las copas permanecieran vacías.

Son conocidos los numerosos ejemplos que sobre este tipo de poesía aporta Henri Pérès en su obra clásica sobre el esplendor literario de al-Andalus en el siglo XI (1990: 368-380), pero no lo son tanto los versos que algunos de los más destacados poetas jerezanos dedicaron a esta bebida.

De este modo, Abū Ŷaʽfar Aḥmad Ibn Abī Muḥammad al-Šarīšī (Borrego Soto 2011: 60), del que apenas tenemos información sobre su vida, decía [metro ṭawīl, rima -ūni]:

Con la belleza de la flor del haba,
sirve al enamorado dos copas
de vino tinto y de mosto blanco.
[Esas flores] me recuerdan
unas veces a las palomas blanquinegras,
y otras a las amadas de ojos negros.

Por su parte, Abū Mūsà ʽĪsà al-Ḏuŷŷī al-Šarīšī (Borrego Soto, 2011: 72), poeta y maestro jerezano natural de Ḏuŷŷa, que se corresponde con el actual Cortijo de Ducha, a unos cuatro kilómetros al norte de la ciudad, en las cercanías del aeropuerto, escribió lo siguiente [metro basīṭ, rima -ab]:

Me dijeron: ¿Bebes después que ya tienes canas?
–Es por una extraordinaria circunstancia
–respondí– [que se da] en el hijo de la uva (=vino).
–Pues los años me han movido los dientes
y yo me bebo el vino, como buen parroquiano,
para que [con él] se fortalezca el oro que ya se ha fundido.

Como se ha venido señalando, la producción de uvas, pasas e, incluso, vino en la comarca de Jerez durante los siglos XII y XIII debió de ser abundante junto a la del cereal, el olivo y la higuera. De su comercialización podemos intuir que se distribuía por los zocos locales y, tal vez, se exportara a otros mercados andalusíes y mediterráneos.

Con todo, es imposible afirmar que el vino jerezano fuera conocido en el norte de Europa durante aquellas centurias. El vino más afamado de al-Andalus era, sin duda, el de Málaga, al que se le dedican elogios en diferentes textos. Nada se dice del producido en Jerez, que encontraría salida al comercio exterior a partir de la segunda mitad del siglo XIV, momento en el que el alejamiento de la frontera con el  reino de Granada era ya un hecho y el alfoz jerezano dejó de sufrir las reiteradas razias y algazaras de nazaríes y meriníes, que solían incluir la tala y la quema del campo jerezano. No obstante, la presencia de mercaderes ingleses e irlandeses dedicados al comercio del vino y la pasa se documenta en nuestra ciudad desde finales del siglo XV, aunque es en la segunda década del XVI cuando su colonia y actividad comienzan a ser considerables (Mingorance, 2014: 155-169; Pitt, 2006: 85).

Sherris y Sherry, su verdadero origen

Hablar del vino en la historia de Jerez y, especialmente, durante la época andalusí, obliga a dedicar unas líneas a la palabra Sherry, por la que se conoce a nuestros caldos en el extranjero. El vocablo, acuñado por los ingleses, quienes secularmente han sido los principales clientes extranjeros de nuestras bodegas, aparece en los textos británicos más antiguos como Sherris, corrupción inglesa del nombre castellano de la ciudad de Jerez que, al parecer, se consideró plural y del que se formó erróneamente el singular Sherry (González Gordon, 1970: 75-86).

Sherry es un nombre geográfico y se refiere desde un principio al lugar de origen del vino así conocido, es decir, a la ciudad y comarca vitivinícola de Jerez. Sin embargo, y a pesar de esta evidencia, a principios del siglo XX comenzaron a aparecer en varios mercados internacionales imitaciones del Jerez cuya etiqueta, Sherry, pretendía mostrar que el producto no remitía a un lugar concreto y bien definido, sino simplemente a un tipo de bebida.

La polémica estaba servida y el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Jerez-Xérès-Sherry logró iniciar el 9 de febrero de 1967, en la Chancery Division de la Audiencia de Londres, un pleito en el que estableció que la palabra Sherry sólo debía aparecer en aquellos vinos criados y producidos en la campiña jerezana (González Gordon, 1970: 87-97).

Ya hemos señalado que Sherry es el hipotético singular de Sherris, nombre con el que se conocía originalmente a nuestra ciudad y su vino en la Gran Bretaña del siglo XVI. Según trató de demostrar Manuel González Gordon (1970: 82-89), el nombre procedía directamente del nombre árabe de Jerez, argumento que se emplea en algunos foros actuales para hacer creer que el comercio de nuestro vino se inició con el norte de Europa en época andalusí. El error es evidente, ya que, si las exportaciones de los caldos jerezanos a las islas británicas se iniciaron en el siglo XIV, las denominaciones inglesas de Sherris o Sherry para nuestra ciudad y vino, debieron de basarse directamente en la pronunciación anglosajona del topónimo castellano Xerez de aquella centuria, y no en la del árabe Šarīš, desconocido probablemente por ambas partes.

Fue en algún lugar de esta rica región donde se localizaba también la hipotética Cerit (Chaves Tristán, 1998: 290-291; García Bellido, 2001: II, 105; Montero Vítores, 2000; Vega Geán y García Romero, 2000; Borrego Soto, 2005-6; y López Rosendo, 2007), apelativo de raíz turdetana que sólo aparece en monedas de los siglos II-I a. C. que delatan la presencia de un núcleo de población urbana con funciones administrativas, en el que se ha querido rastrear la etimología de la posterior ciudad andalusí de Šarīš y, por ende, la actual Jerez. La mención del poeta Marcial a unos vinos ceretanos, originarios sin duda del ager ceretanus citado por Columela en su De re rustica (III: 9, 6), supone para algunos autores la prueba irrefutable de la localización de ese entorno agrícola en la actual campiña jerezana.

Desde una perspectiva filológica, y dando por supuesta la existencia del lugar, la evolución del étimo no parece descabellada. La pronunciación de Cerit /kĕrīt/ a inicios del siglo VIII tuvo que ser [ĉęrịŝ] o [ŝęrịŝ]; la vocal /ĕ/ debió de dar paso a una /ę/ de timbre abierto y la /ī/ a una /ị/ cerrada que en árabe andalusí tuvo un alófono [ẹ] en entornos faringo-velares (Corriente, 1992: 39). Del mismo modo, durante la época imperial, las oclusivas /c/, /g/ situadas ante /e/, /i/ sufrieron un desplazamiento de su punto de articulación y así, la /c/ pasó a pronunciarse de un modo semejante a [ĉ] (nuestra ch), grado que ofrecía el romance de la España visigoda, y avanzando más aún, se hizo /ŝ/ (esto es, como ts) alveolar o dental (Lapesa, 1995: 80).

La solución árabe en estos casos era /š/, vocalizada en nuestro topónimo con fatḥa /a/ al ser éste el sonido más cercano a la /ę/ abierta de la primera sílaba de Cerit, realización que tal vez nunca perdió. La kasra larga /ī/ de la sílaba segunda tiene su origen en la /ị/ (cerrada), y para la -t final, que se perdió en esta posición como norma general en latín vulgar, debemos suponer una previa e hipotética realización /ŝ/ alveolar o dental, si queremos explicar la /š/ árabe implosiva de Šarīš. Dice el geógrafo Yāqūt (Muʽŷam, 3: 340) acerca de Jerez a principios del siglo XIII:

Šarīš: su primera letra es igual que la última, con fatḥa la primera y kasra la segunda, seguida de yā’ –con dos puntos diacríticos debajo–. Ciudad grande de la cora de Sidonia y capital de la misma. En la actualidad se le denomina Šereš ([šęrẹš]).

Este último eslabón nos hace suponer la cadena etimológica siguiente:

Cerit /kĕrīt/ (siglo I a. C.)
Cerit [ĉęrịŝ] o [ŝęrịŝ] (siglos III al VIII d. C.)
Šarīš [šęrịš] (siglo VIII)
Šereš [šęrẹš] (s. XIII)=Xerez de las crónicas castellanas
Jerez

Aunque es obvio que la denominación actual de nuestra ciudad debe su etimología al topónimo árabe y éste, tal vez, al turdetano, como también hizo notar González Gordon es su  clásico estudio sobre el Jerez, es poco probable que los mercaderes ingleses de entre los siglos XIV y XVI los conocieran. Es por esta razón por la que el verdadero origen de los vocablos Sherris y su supuesto singular Sherry, debe rastrearse en la pronunciación británica del nombre castellano Xerez de aquel entonces.

A modo de conclusión

Como ya hemos señalado, la Jerez musulmana, conocida en árabe como Šarīš Šiḏūna, se localizaba en el centro de una comarca agrícola próxima al mar que fundamentaba su riqueza en el cultivo y beneficio del cereal, el olivo, la viña o la higuera, entre otros productos. Poco sabemos del vino jerezano y su comercialización en aquellos años, aunque podemos afirmar que éste se distribuiría en los zocos locales y, tal vez, por el resto del mercado andalusí y mediterráneo. Como en el resto de al-Andalus, su consumo en nuestra ciudad debió de ser frecuente, algo que reflejan las reiteradas medidas punitivas contra el mismo y los versos a él dedicados.

Es imposible afirmar que el vino jerezano se conociera en el norte de Europa y, concretamente, en las islas británicas, durante aquella época. Nos hemos referido al vino más conocido de al-Andalus, el de Málaga, mencionado en diversas fuentes árabes. La fama de los caldos jerezanos llegaría a comienzos del siglo XV, cuando el alejamiento de la frontera con el  reino de Granada facilitó su proyección exterior.

El comercio con Gran Bretaña se había iniciado décadas antes, a finales del XIV, aunque el vino jerezano no comienza a tener importancia hasta el siglo XVI, momento en el que aparecen también las primeras alusiones literarias ensalzándolo. En estos textos, su nombre es el de Sherris, supuesto plural del nombre castellano de Xerez que se transformaría posteriormente en el hipotético singular, Sherry, vocablo que en la actualidad alude a los vinos de Jerez en el mercado anglosajón.

Fuentes

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Este artículo se corresponde con el capítulo de Borrego Soto, M. Á.: "El vino y el cultivo de la vid en al-Andalus y Jerez", del libro Jerez, Cultura y Vino. Ciclo de conferencias celebradas en el Consejo Regulador con motivo del nombramiento de Jerez como Ciudad europea del vino 2014. PeripeciasLibros, Jerez, 2015, pp. 177-193.





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