lunes, 15 de septiembre de 2025

La belleza de la poesía andalusí... de Cádiz

En este 👉enlace podéis leer y descargar la versión digital de esta joya de Paco Fernández, aunque en baja resolución. Así que, aunque os hagáis con ella, no seáis tacaños y comprad el libro en papel para disfrutar por completo de la belleza de la poesía andalusí de Cádiz y de esta hermosísima edición (para los malpensados, no nos llevamos comisión ni nada por el estilo, sólo miramos por vuestra felicidad estética).

Cádiz tiene algo especial. La poesía está en la tierra. Y fluye hacia sus habitantes. Siempre fluyó. El pasado árabe de la región se queda corto comparado con todos los influjos anteriores que le llegaron. Y la poesía fluye, al igual que fluye ahora el cante, único, flamenco, puro. Algo que no se da en ninguna otra parte del mundo.

Mi abuelo nació en Cádiz, y éste es también un homenaje a él, a quien tanto recuerdo y echo de menos. Mezcló su sangre en Granada y luego en Almería, y aquí estoy yo, con una herencia que invita ser recordada, al rescate de poesías olvidadas, andalusíes en este caso. Nuestras, aunque pretendamos olvidarlo.

Cuna de creadores, Cádiz nos ha dado tanto arte a través de sus hijos e hijas que resultaría retórico e impropio llenar este texto sólo con nombres célebres. Porque lo que cuentan son los hechos, y el arte que se respira en toda la provincia es el alimento, tanto de quien lo regala, como de quien lo recibe. El arte es una necesidad, algo que se escapa de las manos de quien lleva esa chispa dentro, y ha de ser expresado del modo que sea. Y la poesía es un arte.

Referirse a Cádiz puede suponer caer en tópicos, los cuales prefiero evitar. Pero se sabe que sus gentes tienen facilidad para la rima, para la improvisación, para contar una y mil historias, y de eso trata la poesía. Y aquí, en este libro, se muestran versos de poetas olvidados que volverán a la vida a través de tu lectura. 

Paco Fernández


PRÓLOGO

En los márgenes del tiempo sobreviven voces que parecían condenadas al silencio. Ecos que, como el de una antigua oración, algún día resonaron cerca de las orillas de la Bahía, en los patios de los pueblos de la sierra o en las tierras de la Campiña de Jerez o el Campo de Gibraltar. Porque Sidonia y Algeciras, dos de las coras de al-Andalus que conforman hoy la actual provincia de Cádiz, no fueron ajenas a esa poderosa corriente cultural que, entre los siglos VIII y XV, hizo del árabe la lengua del conocimiento, del poder y de la poesía.

Esta obra que el lector tiene entre manos pone en valor una geografía poética más amplia, más compleja, más rica que la que suele reducirse a Sevilla, Córdoba o Granada. Porque también desde Šarīš Šiḏūna (Jerez de la Frontera), Al-Ŷazīra al-Jaḍrāʾ (Algeciras) y, en menor medida, otras poblaciones de aquellos viejos territorios, se alzaron voces que cantaron a la belleza, al saber, al amor, a la muerte, la embriaguez o la nostalgia del exilio.

Este volumen, cuidadosamente editado por Paco Fernández, forma parte de una labor mayor: la de devolver al presente la poesía árabe de al-Andalus. No desde el monumento literario inerte, sino desde la emoción recuperada, desde la palabra viva que vuelve a respirar cuando se pronuncia. En esta ocasión, el foco se posa sobre Cádiz, esa tierra donde confluyen el mar y la montaña, el Oriente y el Occidente, lo antiguo y lo aún por descubrir.

Aquí aparecen nombres que en su mayoría fueron arrancados de la memoria colectiva. 'Abbās ibn Nāṣiḥ al-Ŷazīrī, Abū l-Ḥakam al-Šiḏūnī, Ibn Lubbāl, Ibn Giyāṯ o Ibn Zarqūn son sólo algunos de los autores que componen esta antología. Algunos de ellos fueron eruditos de renombre, otros apenas nos dejaron unos pocos versos sueltos, pero todos ellos forman parte de ese inmenso tapiz poético que fue al-Andalus, y que hoy, más que nunca, necesita ser devuelto a quienes lo ignoraban como parte de su propia herencia.

No debe verse en esta obra un mero ejercicio de erudición o arqueología literaria. La poesía andalusí no es un objeto muerto. Es, por el contrario, una forma de mirar el mundo, una visión profundamente estética, sí, pero también ética. Porque en sus versos se filtra la búsqueda de la belleza, la afirmación del amor como impulso vital, la conciencia de la fugacidad del tiempo, la sabiduría que no se separa del gozo, la palabra que se pronuncia con la conciencia de estar creando algo imperecedero.

En este sentido, los poemas aquí recogidos tienen mucho que transmitir al lector contemporáneo. No sólo por su forma —tan depurada y delicada—, sino por su trasfondo humano. ¿Hay algo más actual que el dolor del amor no correspondido, que la alegría de una copa compartida o que la nostalgia de la juventud pasada? A través del árabe clásico, estos poetas nos siguen hablando con una voz clara, sin ruido, sin límites temporales.

La labor de traducción y contextualización realizada por los colaboradores de esta edición, así como la apuesta estética y editorial de Paco Fernández, merecen todo el reconocimiento. Porque no se trata únicamente de rescatar textos: se trata de ofrecerlos con el respeto y el cuidado que exige la verdadera belleza. De ahí la presencia de la caligrafía árabe en ilustraciones de un virtuosismo y una tipografía y maquetación pensadas como si cada página fuera un jardín literario.

Quienes amamos el legado de al-Andalus sabemos que no basta con estudiar su historia, sino que hay que devolverle su aliento. Y eso es lo que logra esta colección: insuflar vida a lo que fue, para que siga siendo.

Que este libro sirva, pues, no sólo para el deleite del lector curioso, sino también como humilde ofrenda a quienes, hace siglos, cantaron en árabe sobre esta misma tierra. Cádiz también fue patria de poetas árabes, y lo seguirá siendo cada vez que sus versos se lean, se reciten o se sueñen de nuevo.

Miguel Ángel Borrego Soto



miércoles, 10 de septiembre de 2025

Gādir y Assidōn: ¿una réplica de Tiro y Sidón en Occidente?

Ayer por la mañana estuve visitando el yacimiento de Doña Blanca, situado frente al Guadalete, a los pies de la sierra de San Cristóbal, entre Jerez y El Puerto de Santa María, con Fran Giles como anfitrión y la grata compañía de Juan José López Amador, amigos ambos que forman parte del proyecto y equipo de investigación que está excavando de nuevo allí. 

Aproveché para pasear detenidamente por todo el enclave y reafirmarme en la hipótesis que vengo defendiendo desde hace varios años: los restos de aquella ciudad deben de ser los de la Assidōn fenicia y, a la espera de una confirmación arqueológica completa, los de la posterior Šiḏūna andalusí. Los datos históricos y la toponimia apuntan en esa dirección: todo ese entorno se denomina, como sabemos, y además de modo secular, valle de Sidueña, nombre que recibe de la antigua población que allí se alzaba y que tuvo continuidad en la antigua alquería medieval y en el asentamiento rural actual. 

Para los que aún dudan, habría que aclarar en este punto que Medina Sidonia, ciudad a unos 40 km al sureste del yacimiento de Doña Blanca, y a la que siempre se ha relacionado con estos topónimos, Assidōn y Šiḏūna, tiene un nombre de cuño castellano, original del siglo XIII. Entre los andalusíes se la conocía como Madīnat Ibn al-Sālim, o incluso Madīna, a secas (así aparece en alguna de las versiones del mapa de al-Idrīsī). De esta población procede un sabio del siglo XII citado precisamente como al-Madīnī (“de Medina”), del que hablaré en otra entrada de este blog, una "Medina" a la que en la documentación castellana del siglo XIII se le añade el apellido Sidonia, pues pertenecía al territorio de ese nombre, para diferenciarla de otras poblaciones también llamadas de ese modo de otros puntos de la geografía andalusí y luego castellana. 

La nisba al-Šiḏūnī (“de Šiḏūna, de Sidonia”), por su parte, es propia de los pobladores y sabios de Šiḏūna de los siglos VIII al X que dejan de aparecer en los textos árabes a partir del XI, cuando esta población perdió su importancia, por causas y razones diversas, a favor de la cercana y emergente Šarīš. De hecho, en el siglo XII al-Zuhrī afirmaba que Šiḏūna era una población yerma y deshabitada, tal vez una pequeña alquería, que difícilmente podría corresponderse con la activa Madīnat Ibn al-Salīm que, en la misma centuria, menciona al-Idrīsī en la ruta por tierra entre Algeciras y Sevilla.

En cuanto al poblamiento fenicio de aquel lugar, ¿cabría plantearse la pregunta de si estamos ante los restos de una gran ciudad con identidad y nombre propio, Assidōn, frente a la insular Gadir, localizada enfrente, en el mar, siguiendo el modelo oriental entre Tiro y Sidón?  

En el Levante fenicio, Ṣūr (Tiro) Ṣīdōn (Sidón), efectivamente, funcionaban como una dupla de ciudades hermanas, con perfiles complementarios: Tiro, marcadamente insular y marítima; Sidón, artesanal, marítima también, pero con mayor anclaje continental. 

En la bahía gaditana parece replicarse ese patrón dual:

  • Gādir (en la isla: la actual Cádiz), emporio marítimo y religioso, con el célebre santuario de Melqart en la tradición clásica.
  • Assidōn (Doña Blanca y su entorno inmediato, al pie de la Sierra de San Cristóbal), ciudad continental, fortificada, con control del hinterland de la campiña y las rutas del Guadalete, sobre cuyo estuario poseía un puerto, articulando la conexión con las tierras tartésicas del interior.

El paralelismo llega hasta la onomástica: Ṣīdōn→ Assidōn Šiḏūna→ Sidueña, como si se hubiera querido trasplantar a Occidente la pareja oriental Tiro–Sidón.

El trazado de la muralla y las terrazas escalonadas de Doña Blanca, junto a su posición dominante sobre la bahía, no cuadran con un asentamiento menor. Todas estas evidencias, junto a la de la extensa necrópolis en la ladera de la sierra de San Cristóbal, hablan de una esmerada planificación urbana que parece demostrar que Assidōn no era un mero satélite de Gādir o, como afirman las últimas hipótesis, la propia Gādir que, como la vieja Tiro, distribuía su población entre la isla y el continente fronteroLa arqueología en curso —y la que está por venir, esperemos— tendrá la última palabra.

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