Ayer por la mañana estuve visitando el yacimiento de Doña Blanca, situado frente al Guadalete, a los pies de la sierra de San Cristóbal, entre Jerez y El Puerto de Santa María, con Fran Giles como anfitrión y la grata compañía de Juan José López Amador, amigos ambos que forman parte del proyecto y equipo de investigación que está excavando de nuevo allí.
Aproveché para pasear detenidamente por todo el enclave y reafirmarme en la hipótesis que vengo defendiendo desde hace varios años: los restos de aquella ciudad deben de ser los de la Assidōn fenicia y, a la espera de una confirmación arqueológica completa, los de la posterior Šiḏūna andalusí. Los datos históricos y la toponimia apuntan en esa dirección: todo ese entorno se denomina, como sabemos, y además de modo secular, valle de Sidueña, nombre que recibe de la antigua población que allí se alzaba y que tuvo continuidad en la antigua alquería medieval y en el asentamiento rural actual.
Para los que aún dudan, habría que aclarar en este punto que Medina Sidonia, ciudad a unos 40 km al sureste del yacimiento de Doña Blanca, y a la que siempre se ha relacionado con estos topónimos, Assidōn y Šiḏūna, tiene un nombre de cuño castellano, original del siglo XIII. Entre los andalusíes se la conocía como Madīnat Ibn al-Sālim, o incluso Madīna, a secas (así aparece en alguna de las versiones del mapa de al-Idrīsī). De esta población procede un sabio del siglo XII citado precisamente como al-Madīnī (“de Medina”), del que hablaré en otra entrada de este blog, una "Medina" a la que en la documentación castellana del siglo XIII se le añade el apellido Sidonia, pues pertenecía al territorio de ese nombre, para diferenciarla de otras poblaciones también llamadas de ese modo de otros puntos de la geografía andalusí y luego castellana.
La nisba al-Šiḏūnī (“de Šiḏūna, de Sidonia”), por su parte, es propia de los pobladores y sabios de Šiḏūna de los siglos VIII al X que dejan de aparecer en los textos árabes a partir del XI, cuando esta población perdió su importancia, por causas y razones diversas, a favor de la cercana y emergente Šarīš. De hecho, en el siglo XII al-Zuhrī afirmaba que Šiḏūna era una población yerma y deshabitada, tal vez una pequeña alquería, que difícilmente podría corresponderse con la activa Madīnat Ibn al-Salīm que, en la misma centuria, menciona al-Idrīsī en la ruta por tierra entre Algeciras y Sevilla.
En cuanto al poblamiento fenicio de aquel lugar, ¿cabría plantearse la pregunta de si estamos ante los restos de una gran ciudad con identidad y nombre propio, Assidōn, frente a la insular Gadir, localizada enfrente, en el mar, siguiendo el modelo oriental entre Tiro y Sidón?
En el Levante fenicio, Ṣūr (Tiro) y Ṣīdōn (Sidón), efectivamente, funcionaban como una dupla de ciudades hermanas, con perfiles complementarios: Tiro, marcadamente insular y marítima; Sidón, artesanal, marítima también, pero con mayor anclaje continental.
En la bahía gaditana parece replicarse ese patrón dual:
- Gādir (en la isla: la actual Cádiz), emporio marítimo y religioso, con el célebre santuario de Melqart en la tradición clásica.
- Assidōn (Doña Blanca y su entorno inmediato, al pie de la Sierra de San Cristóbal), ciudad continental, fortificada, con control del hinterland de la campiña y las rutas del Guadalete, sobre cuyo estuario poseía un puerto, articulando la conexión con las tierras tartésicas del interior.
El paralelismo llega hasta la onomástica: Ṣīdōn→ Assidōn→ Šiḏūna→ Sidueña, como si se hubiera querido trasplantar a Occidente la pareja oriental Tiro–Sidón.
El trazado de la muralla y las terrazas escalonadas de Doña Blanca, junto a su posición dominante sobre la bahía, no cuadran con un asentamiento menor. Todas estas evidencias, junto a la de la extensa necrópolis en la ladera de la sierra de San Cristóbal, hablan de una esmerada planificación urbana que parece demostrar que Assidōn no era un mero satélite de Gādir o, como afirman las últimas hipótesis, la propia Gādir que, como la vieja Tiro, distribuía su población entre la isla y el continente frontero. La arqueología en curso —y la que está por venir, esperemos— tendrá la última palabra.
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