A finales de la década de 1250, con el objetivo de desarrollar y ampliar la base naval proyectada en Cádiz, Alfonso X eligió al-Qanāṭir (actual El Puerto de Santa María), en la jurisdicción de Jerez y a poca distancia de la misma, para asentar al contingente humano que debía abastecer y apoyar a la flota castellana. Este enclave poseía un pequeño puerto abierto al mar, en la orilla derecha del río Guadalete, y se situaba justo enfrente de Cádiz, donde las naves cristianas fondeaban desde 1257.
A este respecto, Ibn ʽIḏārī nos relata cómo en el mes de ḏū l-qaʽda de 658 (=8 de octubre-6 de noviembre de 1260), cien jinetes cristianos llegaron a las inmediaciones de Jerez con la orden de expulsar a los musulmanes de al-Qanāṭir. Según leemos en la "cantiga 328", Alfonso X debió de ocupar la plaza sin contar con la aprobación del señor de Jerez, a quien pertenecía el lugar. Sin embargo, a pesar de las protestas de Ibn Abī Jālid, que poseía grandes propiedades allí, y que temía sufrir un castigo severo por parte de las tropas alfonsinas, se resignó a perder al-Qanāṭir, llamada Santa María del Puerto por los castellanos, en contra de su voluntad.
Mientras esto sucedía, las naves de Alfonso X regresaban de Salé, en la costa atlántica de Marruecos, adonde habían partido desde la bahía gaditana en la víspera de la fiesta de ʽīd al-fiṭr del año 658 (= principios de septiembre de 1260), al mando de Juan García de Villamayor y Pedro Martínez de Fe. Según Ibn ʽIḏārī, Yaʽqūb b. ʽAbd Allāh, sobrino del sultán meriní Abū Yūsuf Yaʽqūb Ibn ʽAbd al-Ḥaqq, había solicitado ayuda a Castilla para lograr independizarse de su tío, quien acababa de conquistar Rabat a los almohades. Desde 1250, Salé era un centro estratégico y comercial muy importante, puerta principal de la costa de la región norte de Marruecos, adonde llegaba la influencia de los benimerines. Alfonso X debió de considerar que ésta era la oportunidad esperada para extender sus dominios al norte de África y, lejos de ayudar a sus pobladores, arrasó la ciudad con la idea de conquistarla. Treinta y siete barcos de guerra enviados por el rey castellano se situaron frente a la costa de Salé, aún no fortificada por entonces, lo que aprovecharon los soldados castellanos para caer por sorpresa sobre la población, que se hallaba celebrando los festejos de ruptura del ayuno, y cometer la mayor masacre de la historia de esa ciudad.
Mezquita mayor y Madrasa en la medina de Salé
Yaʽqūb, sorprendido por la traición cristiana, pidió finalmente socorro a su tío Abū Yūsuf para recuperar Salé, que se mantuvo durante dos semanas en manos de los castellanos. El sultán ordenó entonces la ejecución de los soldados españoles que no lograron escapar y regresar a la flota tras apurar el saqueo de casas y tiendas e incendiar la ciudad. Nada más liberada, Abū Yūsuf decidió fortificarla construyendo una muralla al suroeste, frente a Rabat y el río Bu Regreg. Un año después, en 1261, se construyó en el lado que da al mar una enorme fortificación y prisión llamada "Torre de las Lágrimas", en recuerdo de la triste matanza.
Fortaleza y prisión de "Las lágrimas" en Salé
La flota castellana volvía derrotada a Cádiz y Santa María del Puerto a principios de octubre, pero traía consigo un cuantioso botín y numerosos cautivos, muchos de los cuales fueron liberados por musulmanes de Jerez y otras poblaciones cercanas. La expedición había fracasado, pero la maniobra demostró a Alfonso X su capacidad para llevar a cabo una rápida acción naval a cierta distancia de sus costas, lo que le animó a continuar con la campaña africana.
Sin embargo, aunque las Cortes de Sevilla de finales de 1260 y comienzos de 1261 se convocaron para tratar el fecho de África "que aviemos començado", la aportación económica conseguida en las mismas se invirtió en objetivos más concretos y cercanos. La Crónica de Alfonso X afirma, de este modo, que el rey, "faziendo mal e danno a los moros, pensó que era bien de conquerir la tierra que tenían, sennaladamente lo que era çerca de aquella çibdat de Seuilla. Et porque esta çibdat tenía muy çercanos al rey de Niebla e del Algarbe que dezían Aben Mafot e otro moro que era sennor de Xerez, que dezían Aben Abit, ouo su consejo a quál destas conquistas yría, [et falló que era mejor de yr] primeramente a conquerir la villa de Xerez. Et sacó sus huestes e fuéla çercar et tóuola çercada vn mes". Es probable que el rey y sus propios consejeros llegaran a la conclusión de que el control de Jerez era fundamental para asegurar el desarrollo de Santa María del Puerto y Cádiz, y que una vez conseguido este objetivo, podría atacarse Niebla.
Efectivamente, el 12 de octubre de 1261 sus tropas tomaron el alcázar jerezano, incumpliendo las capitulaciones que su padre y él mismo habían acordado tiempo atrás con los musulmanes, y privando a la ciudad de la escasa soberanía que le quedaba. La crónica del rey Sabio detalla cómo los habitantes de Jerez, por desuiar que los de la hueste del rey don Alfonso non les talasen los oliuares nin las huertas, cuydando de fyncar en la villa en sus heredades […] et otrosy porque eran despagados del sennor que tenían, ante quel rey don Alfonso mandase armar las gentes nin les fiziesen danno en las heredades nin en las otras cosas, enbiáronle decir que toviese por bien de los dexar en sus casas e con todas sus heredades, et que le entregarían la villa et le darían de cada año el tributo que daban a su señor. E el Rey, veyendo que la conquista desta villa podría durar luengo tiempo, e demás que era la villa tan grande que non podría aver cristianos que gela poblasen luego, ca la cibdad de Sevilla non era aún bien poblada, tóvolo por bien e otorgógelo.
Después de que los moros de la villa vieron este otorgamiento, dijeron al moro señor de la villa, que estaba en el alcázar, que se aviniese con el rey don Alfonso o que se pusiese en salvo e que le dejase el alcázar. E por esta razón aquel Aben Abit [Ibn Abī Jālid] moro ovo avenencia con el rey don Alfonso que le dejase salir a salvo con todo lo suyo, e entrególe el alcázar. E el Rey, después que ovo el alcázar en su poder, basteciólo de viandas e de armas, e entrególo a don Nuño de Lara que lo toviese por él, e él dejólo a un caballero que decían Garci Gómez Carrillo, e el Rey dejó todos los moros en la villa en sus casas e en todas sus heredades, cumpliéndose de este modo, como señala Ibn ʽIḏārī, el decreto de Dios con los jerezanos, al entrar los cristianos en su alcazaba, por acuerdo con ellos, de modo que se estableciesen e instalasen en ella.
Era el fin de la taifa de Jerez, cuyo reyezuelo, Abū ʽAmr Ibn Abī Jālid, abandonaba sus posesiones para trasladarse con los suyos a Marraquech, información que conocemos gracias a Ibn Marzūq y su relación de los hechos memorables del sultán meriní Abū l-Ḥasan (1331-1351), en la que se recoge una anécdota protagonizada por Abū ʽAbd Allāh Ibn Abī Jālid, apodado al-Sulayṭān ("el sultancito"), persona de buena posición, pues su abuelo había sido señor (ṣāḥib) de Jerez, de donde emigró cuando la ocuparon los cristianos, afincándose con sus descendientes en Marrākuš. No fue el único habitante de la ciudad que salió de Jerez. Valga como ejemplo el ulema Abū Bakr Ibn al-Fajjār al-Arkušī, quien se había establecido en la ciudad hacia 1250-1251, y que partió también hacia el otro lado del Estrecho en este año de 1261, cuando los castellanos se instalaron en su alcazaba.
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Algunos de los textos han sido extraídos de:
BORREGO SOTO, Miguel Ángel (2016): "La revuelta mudejar (1264-7). Tres años de guerra entre Castilla y Granada", revista Alhadra, n.º 2, pp. 153-200.
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