Su vida fue la de un viajero incansable en busca de conocimiento: creció en La Meca, aprendió en Medina de los discípulos de Mālik, debatió en Irak con los seguidores de Abū Ḥanīfa y acabó sus días en Egipto. Allí compuso su obra magna, el Kitāb al-Umm, que estableció la jerarquía de las fuentes del derecho islámico: Corán, sunna, consenso e analogía. Con él, el fiqh se convirtió en un auténtico sistema científico.
Pero la voz de al-Šāfiʿī no quedó confinada en Oriente. Cruzó el Mediterráneo y llegó a al-Andalus, donde juristas y alfaquíes leyeron y transmitieron sus textos junto con otras obras esenciales, como el Muwaṭṭaʾ de Mālik o el Tafsīr de al-Ṭabarī. Entre quienes hicieron ese viaje de ida y vuelta entre Occidente y Oriente se cuentan también sabios jerezanos y šiduníes.
Así, a mediados del siglo X, personajes como Abū Ayyūb Sulaymān al-Šiḏūnī y su hermano Abū ʿUmar Yūsuf emprendieron una larga travesía por Egipto, Yedda y La Meca. En su equipaje intelectual trajeron a Šarīš la enseñanza del Kitāb al-Umm de al-Šāfiʿī, que dieron a conocer en al-Andalus junto a la tradición malikí que habían estudiado con maestros locales como Abū Razīn.
Otros nombres jalonan este proceso de transmisión: Abū l-Manāzil Firās b. Aḥmad al-Majzūmī, activo hacia el 935, o Abū Muḥammad Ibn Abī ʿAwsaŷa, fallecido hacia el 987, testigos de un ambiente en el que las ciencias religiosas y el derecho islámico se cultivaban con intensidad en la Jerez andalusí. En los barrios de la ciudad, en torno a su mezquita aljama, se estudiaban las páginas de los grandes imames del islam, desde Mālik hasta al-Šāfiʿī.
De este modo, la voz que había nacido en Gaza encontró eco siglos después en Šarīš. No se trataba de un simple eco, sino de un diálogo fecundo: los juristas jerezanos integraron la herencia šāfiʿí en su propio marco, dominado por la escuela malikí, enriqueciendo así la vida intelectual y jurídica de la ciudad.
Hoy, cuando Gaza nos llega envuelta en dolor y ruina, recordar a al-Šāfiʿī es rescatar otra memoria: la de una tierra de sabios cuya huella alcanzó hasta las orillas del Guadalete. Y al evocar a los ulemas jerezanos que estudiaron su obra, reafirmamos que Šarīš fue parte de esa red mediterránea donde Oriente y Occidente compartieron textos, maestros y conocimiento.
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