martes, 4 de octubre de 2022

Ibn Abī Jālid, reyezuelo de Jerez (1232-1261)

Tras la caída de Sevilla, sólo quedaban en al-Andalus los reinos de Niebla y de Granada como poderes políticos reconocibles, aunque ambos eran vasallos del rey Fernando III, igual que en Menorca, su gobernador Abū Saʽīd ʽUṯmān b. Ḥakam lo era de Jaime I de Aragón. Es cierto que en las comarcas cercanas a Jerez subsistían otras entidades políticas que a la muerte de Fernando III también estaban sometidas a algún tipo de régimen tributario que, a partir de la década de 1250, se rompería ya bajo el reinado de Alfonso X.

Leemos en la Primera Crónica General y la Crónica de Veinte Reyes, que después de la toma de Sevilla en 1248, el rey Fernando III ganó también Jerez y todo el valle del Guadalete, incluyendo a Medina [Sidonia], Alcalá [de los Gazules], Vejer, El Puerto de Santa María, Cádiz, Sanlúcar, Arcos, Lebrija, Rota y Trebujena. Aunque esta afirmación la desmiente la Crónica de Alfonso X, reconociendo que esto non fue asy, sabemos, no obstante, que la ciudad de Jerez y su amplio alfoz habían sido sometidos al vasallaje de la corona de Castilla poco después de que se hubiera configurado como un pequeño reino de taifa tras la derrota de Ibn Hūd en la cabalgada de 1231.

Cora de Sidonia en el siglo X cuyos límites fueron similares a los del reino taifa de Ibn Abī Jālid
Mapa publicado en Gutiérrez López y Martínez Enamorado, A los pies de Matrera, p. 625 

En efecto, este episodio trajo consigo que Sevilla y otras poblaciones de su área de influencia se independizaran del dominio del caudillo murciano, Jerez entre ellas, donde se enseñoreó el wazīr Abū ʽAmr Ibn Abī Jālid, el Aben Abit de las fuentes castellanas, a quien el conocido poeta sevillano Ibn Sahl (m. 643=1245-1246) dedicó dos poemas, escritos cuando se detuvo un tiempo en Jerez en su viaje a Ceuta el año 634 (=1236-1237). Si tenemos en cuenta que estos versos se dirigen al wazīr Šarīš Abū ʽAmr Ibn Jālid, debemos entender que, al menos desde esa fecha, Jerez era la sede de un reino cuyos dominios abarcaban prácticamente los límites de la antigua cora de Sidonia, es decir, toda la campiña actual, la zona costera desde Sanlúcar y Rota hasta la bahía de Cádiz, Arcos y Bornos al este, y Medina [Sidonia], Alcalá [de los Gazules] y Vejer hacia el sur.

La denominación del señor de Jerez como wazīr debemos buscarla en la administración almohade. Es probable que Ibn Abī Jālid, gobernador de la ciudad durante los últimos años de dominio de la dinastía norteafricana en al-Andalus, desempeñara ese cargo y, tras apropiarse de Jerez, quisiera mantener el título para referirse a sí mismo exhibiendo, de ese modo, su legitimidad en el ejercicio del mulk ante otros poderes musulmanes y los castellanos. No sabemos con certeza si para ello llegó, incluso, a acuñar moneda propia, pues tenemos constancia de la existencia de dirhams de plata anónimos con ceca Šarīš, similares a las acuñaciones almohades, aunque difíciles de clasificar dentro de ese período. Poco sabemos de la vida de Ibn Abī Jālid, aunque tal vez fuera pariente del sevillano Abū ʽAmr Yazīd b. ‛Abd Allāh b. Abī Jālid, poeta y también wazīr de época almohade, fallecido en 612 (=1215-6), y del que apenas han llegado datos biográficos.

Moneda con ceca Šarīš. Colección Tonegawa

Fernando III se había propuesto la ocupación de toda esta estratégica zona del valle del Guadalete, cuyo epicentro era la ciudad de Jerez, y transformarla en un señorío destinado a su hijo Enrique, quien en 1249 recibió en señal Morón y Cote hasta que aquélla no fuera conquistada. Estas últimas poblaciones y otras villas, aldeas y fortalezas cercanas a Matrera, en los límites de la taifa jerezana, habían sido ya sometidas en 1240, gracias también a la labor de la Orden de Calatrava, mediante pactos por escrito en los que se respetaban las costumbres, administración y religión de la población mudéjar, a cambio de una importante presión fiscal. Una vez dominada la región y entregada al infante Enrique, sería más sencillo llevar la guerra al otro lado del Estrecho desde la bahía de Cádiz, futura base naval para la que se construía una flota en Sevilla, y asegurarse el control de las dos orillas. El objetivo no llegó a cumplirse, aunque antes de 1245, Jerez y su comarca vivían también bajo una especie de protectorado dependiente del monarca castellano que requería el correspondiente pago de parias. 

Un interesante testimonio extraído de las crónicas anónimas de Sahagún, fechado ese mismo año de 1245, relata cómo el abad del monasterio homónimo, don García de Cea, en una visita a Fernando III en Sevilla, coincide con los moros que estauan allí de Jerez e de otros castillos, que avían traído al rrei muchos dones por el tributo acostumbrado. La afirmación viene corroborada por Ibn ʽIḏārī cuando, al narrar el pacto de Jaén de 1246 entre Muḥammad I y Fernando III, asevera que Sevilla y Jerez no habían entrado en ese acuerdo de paz, pues sus señores tenían estipuladas otras condiciones que incluían una suma fijada al año. Aunque desconocemos la cantidad acordada y la fecha exacta en la que se inició el acuerdo, éste debió de producirse poco antes de 1240, según se deduce de unos versos del alfaquí, médico y hombre de letras jerezano Abū Bakr Ibn Rifāʽa, escritos antes de su muerte en 637 (=1239), y en los que, jugando con las letras de las palabrasشريش /Šarīš/ (Jerez) y شرّ /širr/ (desgracia), pretende reflejar la humillación que este sometimiento supuso para los habitantes de su ciudad natal [metro basīṭ, rima -ayyan]:

Jerez (Šarīš) no es sino "desgracia" (širr) mal escrita.
Partiría a rescatarte de ella si fueras persona piadosa,
pero allí no volverá a distinguirse ni el que es libre ni el que es noble.

La entrada de Jerez en el vasallaje de Castilla y la inminente conquista de Sevilla aumentaron la presión castellana en los límites del alfoz jerezano y el cercano Guadalquivir. En toda la zona de costa flanqueada por las desembocaduras de este río y el Guadalete, se destacó el caíd Abū ʽAbd Allāh al-Randāŷī, probablemente al servicio del señor de Jerez, Abū ʽAmr Ibn Abī Jālid, quien, sin embargo, no logró impedir la conquista de Cádiz en 642 (=1244-1245). La ciudad fue saqueada y arrasada, y quedó vacía hasta que en 647 (=1249-1250), el propio al-Randāŷī logró recuperarla aniquilando a la guarnición cristiana que permanecía allí. Este tipo de acciones, contrarias a los acuerdos firmados apenas una década antes, unido al hecho de que al año siguiente los castellanos se apoderaran de varios enclaves cercanos a Jerez, entre ellos Rota o Galyāna, hicieron que en 648 (=1250-1251), Ibn Abī Jālid entregara a Fernando III, como pacto y garantía de paz, la ciudad de Arcos y varias fortalezas (ḥuṣūn) de su entorno, entre ellas al-Aqwās (Alocaz) y otras de difícil identificación. Parte de la población de este enclave se trasladó a otros puntos cercanos como Jerez, todavía en manos musulmanas, aunque sometida a Castilla, y en la que, por ejemplo, la actividad intelectual, auspiciada por su reyezuelo Ibn Abī Jālid, continuaba. Ibn al-Jaṭīb relata, por ejemplo, cómo el conocido sabio Abū Bakr Ibn al-Fajjār al-Arkušī huyó de Arcos a Jerez con su familia siendo aún niño, y cómo aprendió allí de sus maestros e, incluso, ejerció el magisterio. Sin embargo, en 1261, igual que había sucedido en Arcos, las tropas castellanas ocuparon el alcázar jerezano, e Ibn al-Fajjār decidió abandonar la ciudad y partir hacia Algeciras y, posteriormente, a Ceuta.


La repoblación de la recién conquistada Sevilla, entre otros asuntos, y la mala salud, que provocó su fallecimiento en 1252, impidieron a Fernando III llevar a cabo su propósito de ocupar plenamente el valle del Guadalete y comenzar, desde la bahía gaditana, la conquista del norte de África. En su lecho de muerte, el rey se dirigía a su hijo Alfonso X, a quien dejaba una Corona que se extendía ahora por la tierra de la mar acá, que los moros del rey Rodrigo de Espanna ganado ouieron […], la vna conquerida, la otra tributada, encomendándole que la mantuviera así y fuera tan buen rey como él, o mejorara su legado ganando de los moros más de lo que él lo había hecho, es decir, que concluyera la plena conquista de al-Andalus que él no vio finalizada.

Con estas palabras Fernando III incitaba a su heredero a desmantelar el régimen que había configurado durante su reinado entre Castilla y las comunidades andalusíes, para que fuera más allá e hiciera efectiva la conquista del mayor territorio posible a los musulmanes. A partir de 1252, Alfonso X no dudó en emplear cualquier fórmula que facilitara la última recomendación de su padre, bien desde la conquista militar, bien con el quebrantamiento de las cláusulas recogidas en las pleitesías que Fernando III había firmado con los andalusíes.

Como ya se ha señalado, el primer y principal objetivo era la ocupación definitiva del valle del Guadalete, territorio fundamental para retomar el proyecto de conquista del norte de África que apunta la Primera Crónica General, afirmando cómo el rey santo, allen mar teníe oio para pasar et conquerir lo dallá desa parte que la morysma ley teníe, ca los de aca por en su poder los teníe, que así era. Galeas et baxeles mandaua fazer et labrar a grant priesa et guisar naues, auiendo grant fiuza et grant esperança en la grant merced quel Dios aca fazíe; teniendo que sy allá pasase, que podría conquerir muy grandes tierras si la uida le durase algunos días.

En los primeros años de su reinado, Alfonso X comenzó a preparar la campaña, continuando la construcción de las atarazanas de Sevilla, que se habían iniciado en 1252, y nombrando, un año después, a Ruy López de Mendoza almirage de la mar. Del mismo modo, el nuevo rey negociaba con el Papa Inocencio IV la predicación de la Cruzada en Castilla para obtener con ella los beneficios espirituales y, sobre todo, económicos, necesarios para llevar a cabo el proyecto. Entre otros privilegios, Alfonso X consiguió de Roma autorización para erigir nuevas sedes episcopales en el territorio que arrebataría a los musulmanes y percibir, así, parte del diezmo eclesiástico que ayudaría a costear la campaña.

En el año 653 (=1255-1256), y en relación con los preparativos de la Cruzada, el caíd Abū ʽAbd Allāh al-Randāŷī era derrotado y muerto en el río Guadalquivir. Las naves que se construían en Sevilla tenían por fin el camino expedito hacia la bahía gaditana, adonde llegaban en 1257 a la espera de partir hacia el norte de África. Con las galeras y bajeles frente a Cádiz y las fortalezas de Arcos y su entorno en poder de los castellanos, Alfonso X preparaba el asalto a la plaza de Jerez, principal obstáculo para sus pretensiones sobre el valle del Guadalete. Entre 1253 y 1258, la presión castellana aumentó de forma notable en toda la franja que cruzaba de este a oeste el norte de la cada vez más débil taifa jerezana.

Todas las posesiones que Ibn Abī Jālid había entregado tiempo atrás a Fernando III se poblaban paulatinamente de cristianos, merced a diferentes cartas y diplomas concedidos por Alfonso X a órdenes militares y particulares. De esta manera, en mayo de 1253, la Orden de Calatrava recibía Chist, entre Espera y Alocaz; en diciembre de 1254, Juan García Villamayor, amigo del rey y futuro almirante de la mar, se hacía con Crisnet, del término de Arcos; en mayo de 1255, la Orden de Calatrava recibía la alquería de Xillibar (Jeliber), que había pertenecido a la antigua cora de Sidonia y a la circunscripción de Jerez; en octubre de ese mismo año, la Orden percibía Mathet, Madafil y Caniellas, también del territorio arcense; en junio de 1256, Alfonso X les concedía Matrera; y en julio de 1258, Bornos a Per del Castel, con todos sus términos y ganancias saluo ende el terçio del alguazil de Xerez, Ibn Abī Jālid. El alfoz de Arcos, ciudad que el 13 de julio de 1256 había recibido el fuero y privilegios de Sevilla, quedaba así bajo absoluto dominio castellano. No obstante, la población musulmana de estos lugares permaneció allí con todos sus derechos y posesiones, algo que Alfonso X lamentaría unos años más tarde.

Por aquellos años, y con el objetivo de desarrollar y ampliar la base naval proyectada en Cádiz, Alfonso X eligió al-Qanāṭir, en la jurisdicción de Jerez y a poca distancia de la misma, para asentar al contingente humano que debía abastecer y apoyar a la flota castellana. Este enclave poseía un pequeño puerto abierto al mar, en la orilla derecha del río Guadalete, y se situaba justo enfrente de Cádiz, donde las naves cristianas fondeaban desde 1257. A este respecto, Ibn ʽIḏārī nos relata cómo en el mes de ḏū l-qaʽda de 658 (=8 de octubre-6 de noviembre de 1260), cien jinetes cristianos llegaron a las inmediaciones de Jerez con la orden de expulsar a los musulmanes de al-Qanāṭir. Según leemos en la cantiga 328, Alfonso X debió de ocupar la plaza sin contar con la aprobación del señor de Jerez, a quien pertenecía el lugar. Sin embargo, a pesar de las protestas de Ibn Abī Jālid, que poseía grandes propiedades allí, y que temía sufrir un castigo severo por parte de las tropas alfonsinas, se resignó a perder al-Qanāṭir, llamada Santa María del Puerto por los castellanos (actual El Puerto de Santa María), en contra de su voluntad. Mientras esto sucedía, las naves de Alfonso X regresaban de Salé, en la costa atlántica de Marruecos, adonde habían partido desde la bahía gaditana a principios de septiembre de 1260, al mando de Juan García de Villamayor y Pedro Martínez de Fe. Según Ibn ʽIḏārī, en 658 (=1259-1260), Yaʽqūb, sobrino del emir meriní Abū Yūsuf, había solicitado ayuda a Castilla para lograr independizarse de su tío, quien acababa de conquistar Rabat a los almohades. Alfonso X debió de considerar que ésta era la oportunidad esperada para extender sus dominios al norte de África y, lejos de ayudar a sus pobladores, arrasó la ciudad con la idea de conquistarla. Yaʽqūb, sorprendido por la traición cristiana, pidió finalmente socorro a Abū Yūsuf para recuperar Salé. La flota castellana volvía derrotada a Cádiz y Santa María del Puerto a principios de octubre, pero traía consigo un cuantioso botín y numerosos cautivos, muchos de los cuales fueron liberados por musulmanes de Jerez y otras poblaciones cercanas. La expedición había fracasado, pero la maniobra demostró a Alfonso X su capacidad para llevar a cabo una rápida acción naval a cierta distancia de sus costas, lo que le animó a continuar con la campaña africana.


Sin embargo, aunque las Cortes de Sevilla de finales de 1260 y comienzos de 1261 se convocaron para tratar el fecho de África que aviemos començado, la aportación económica conseguida en las mismas se invirtió en objetivos más concretos y cercanos. La Crónica de Alfonso X afirma, de este modo, que el rey, faziendo mal e danno a los moros, pensó que era bien de conquerir la tierra que tenían, sennaladamente lo que era çerca de aquella çibdat de Seuilla. Et porque esta çibdat tenía muy çercanos al rey de Niebla e del Algarbe que dezían Aben Mafot e otro moro que era sennor de Xerez, que dezían Aben Abit, ouo su consejo a quál destas conquistas yría, [et falló que era mejor de yr] primeramente a conquerir la villa de Xerez. Et sacó sus huestes e fuéla çercar et tóuola çercada vn mes. Es probable que el rey y sus propios consejeros llegaran a la conclusión de que el control de Jerez era fundamental para asegurar el desarrollo de Santa María del Puerto y Cádiz, y que una vez conseguido este objetivo, podría atacarse Niebla.

Efectivamente, el 12 de octubre de 1261 sus tropas tomaron el alcázar jerezano, incumpliendo las capitulaciones que su padre y él mismo habían acordado tiempo atrás con los musulmanes, y privando a la ciudad de la escasa soberanía que le quedaba. La crónica del rey Sabio detalla cómo los habitantes de Jerez, por desuiar que los de la hueste del rey don Alfonso non les talasen los oliuares nin las huertas, cuydando de fyncar en la villa en sus heredades […] et otrosy porque eran despagados del sennor que tenían, ante quel rey don Alfonso mandase armar las gentes nin les fiziesen danno en las heredades nin en las otras cosas, enbiáronle decir que toviese por bien de los dexar en sus casas e con todas sus heredades, et que le entregarían la villa et le darían de cada año el tributo que daban a su señor. E el Rey, veyendo que la conquista desta villa podría durar luengo tiempo, e demás que era la villa tan grande que non podría aver cristianos que gela poblasen luego, ca la cibdad de Sevilla non era aún bien poblada, tóvolo por bien e otorgógelo.
Después de que los moros de la villa vieron este otorgamiento, dijeron al moro señor de la villa, que estaba en el alcázar, que se aviniese con el rey don Alfonso o que se pusiese en salvo e que le dejase el alcázar. E por esta razón aquel Aben Abit [Ibn Abī Jālid] moro ovo avenencia con el rey don Alfonso que le dejase salir a salvo con todo lo suyo, e entrególe el alcázar. E el Rey, después que ovo el alcázar en su poder, basteciólo de viandas e de armas, e entrególo a don Nuño de Lara que lo toviese por él, e él dejólo a un caballero que decían Garci Gómez Carrillo, e el Rey dejó todos los moros en la villa en sus casas e en todas sus heredades, cumpliéndose de este modo, como señala Ibn ʽIḏārī, el decreto de Dios con los jerezanos, al entrar los cristianos en su alcazaba, por acuerdo con ellos, de modo que se estableciesen e instalasen en ella.


Era el fin de la taifa de Jerez, cuyo reyezuelo, Abū ʽAmr Ibn Abī Jālid, abandonaba sus posesiones para trasladarse con los suyos a Marraquech, información que conocemos gracias a Ibn Marzūq y su relación de los hechos memorables del sultán meriní Abū l-Ḥasan (1331-1351), en la que se recoge una anécdota protagonizada por Abū ʽAbd Allāh Ibn Abī Jālid, apodado al-Sulayṭān ("el sultancito"), persona de buena posición, pues su abuelo había sido señor (ṣāḥib) de Jerez, de donde emigró cuando la ocuparon los cristianos, afincándose con sus descendientes en Marrākuš. No fue el único habitante de la ciudad que salió de Jerez. Valga como ejemplo el citado ulema Abū Bakr Ibn al-Fajjār al-Arkušī, quien se había establecido en la ciudad hacia 1250-1251, y que partió también hacia el otro lado del Estrecho en este año de 1261, cuando los castellanos se instalaron en su alcazaba.

Para saber más, Borrego Soto, M. Á. (2016). La revuelta mudéjar y la conquista cristiana de Jerez, PeripeciasLibros.

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